Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Imprescindible

18 de diciembre de 2024

Justo. Dentro de siete días celebraremos la solemnidad del nacimiento del Señor. Natividad del Señor. Na-ti-vidad. Navidad. ¡Feliz y cristiana Navidad! ¿Felices Fiestas? Para el cristiano, NO. Es mucho más. Añado ‘cristiana’ porque para muchos Navidad es fiesta, pero ¿cristiana? No es un lamento. Se trata simplemente de constatar, de recordar. Porque, quien pronuncie esa expresión que desea felicidad, recuerda un acontecimiento cristiano: el nacimiento del Señor, el nacimiento de Jesús. Y, si no se desea con fe, nace de un fondo cristiano que permanece en la conciencia de quien la dice, en el ambiente en el que vive, aunque muchos modos de celebrarla se alejen demasiado de su sentido. Pero, desear felicidad en Navidad siempre es un deseo que une felicidad y acontecimiento cristiano. Que no está nada mal.

Todavía estamos en Adviento. Ese tiempo cristiano que nos invita a esperar al Señor trabajando por nuestra constante conversión a Quien sabemos que nos ama. Y sin que nosotros hayamos tenido que hacer nada para merecer -triste palabra aplicada a Dios- ese amor o incluso vivamos de espaldas al bien y al amor, que Él es.

Y el tiempo de Adviento nos invita a revitalizar esa cualidad-virtud tan imprescindible para vivir: la esperanza. Ojalá nos ayuden estas dos citas:

¿… la esperanza aguarda para manifestarse solo cuando asolan los peores males? No lo creo. Pienso que la esperanza está siempre ahí, si bien resplandece más en tiempos oscuros. Y lo mismo ocurre con la fe y con la caridad. Porque las tres, por encima de ser virtudes teologales, son herramientas con las que nos ha dotado la naturaleza. Herramientas para alcanzar no solo esa esquiva y muchas veces egoistona felicidad que todos persiguen. También -o, mejor dicho, sobre todo- para sentirnos útiles, necesarios, indispensables. O, lo que es lo mismo, humanos en el mejor -y más divino- sentido palabra.[1]

El Papa Francisco, en la Bula Spes non confundit sobre el Jubileo 2025. “No solo habla del anuncio de la esperanza, sino también del compromiso de crear signos tangibles y visibles de la esperanza… No solo estamos llamados a anunciar la esperanza, sino también a hacerla visible y, por tanto, a estar presentes, a estar cerca, a ser partícipes del sufrimiento de nuestros hermanos. No debemos olvidar que la esperanza es un don que se nos ha dado y, por ello, también debemos sentir mantener el corazón abierto para recibirla. Y la esperanza es algo diferente de las esperanzas que aguardamos y que parten de nosotros, pero que no alcanzamos porque lo que deseamos no depende de nosotros. Este Jubileo no hace pasar de las esperanzas a la esperanza y creo que esto es lo más importante. La esperanza da certeza, la esperanza da fuerza y estabilidad”.[2]

Sin esperanza humana, la vida se hace imposible. Sin esperanza, ni se aprende del pasado, ni se trabaja por un futuro mejor, sino que se soporta un hoy lleno de tristeza o de conformismo sombrío.

Esta esperanza, la cristiana, tiene su fundamento en Dios: “Nuestro Señor Jesucristo, nuestra esperanza” (1 Ti 1:1). “La esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).

La esperanza cristiana no está fundada en ninguna ensoñación humana, sino en la Palabra de Dios, en la Resurrección de Cristo, en el Espíritu Santo. “El Señor es fiel, y él os fortalecerá y os protegerá del maligno”. (2 Tes 3,3).

Siendo así -fundamentada en Dios- la esperanza es un don divino que aceptamos con fe para no ser vencidos por todo lo negativo que hacemos o que nos rodea.

“Apoyado en la esperanza, Abraham creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones, tal como se le había dicho: «¡Así de numerosa será tu descendencia!». Y, aunque se daba cuenta de que su cuerpo estaba ya medio muerto -tenía unos 100 años- y de que el seno de Sara era estéril, no vaciló en su fe. Todo lo contrario, ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le fue contado como justicia” (Romanos 4,18-22)

[1] Carmen Posadas, LA ESPERANZA Y OTRAS VIRTUDES. XLSemanal. Nº 1938. 15-21 diciembre 2024, 41.

[2] Rino Fisichella. Pro-prefecto del Dicasterio para la Nueva Evangelización. Responsable de la organización del Jubileo de 2025. ECCLESIA nº 4138, diciembre 2024, 13)

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