Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III Domingo del Tiempo Ordinario
El cura nos ha dicho que en este día se celebra el “Domingo de la Palabra de Dios” y que el evangelio de lo que ocurrió en Nazaret (Lc 1, 1-4; 4 14-21), le viene como anillo al dedo. En Navidad se ha repetido que Jesús es la Palabra de Dios, y con tanta Palabra me estoy liando…
– Veo que estás perplejo -me ha dicho Jesús nada más verme-.
– Sí; lo estoy -le he respondido haciendo señas para pedir nuestros cafés-. Tú eres la Palabra del Padre, hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios y el evangelio de este domingo empieza con una declaración de intenciones del evangelista sobre la exactitud y veracidad de lo que cuenta en su libro. ¿A cuál de estos mensajes hemos de prestar atención?
– Pues a los tres, que además están perfectamente relacionados -me ha dicho abriendo las manos, tomando un sorbo de café y preparándose para ofrecerme una explicación-.
– Tú dirás -no he podido menos de replicar como quien no ve las cosas tan claras-.
– Mira, empecemos por la declaración del evangelista. Lucas fue un cristiano de la primera generación, pero no había sido testigo ocular de lo que dije e hice en Palestina cuando anuncié que el reinado de Dios estaba llegando. Él se hizo cristiano escuchando a los predicadores que conservaron y transmitieron mi memoria después de mi resurrección. Seguramente tuvo acceso al evangelio de Marcos y a una colección de dichos míos que circuló por la primera comunidad, y pensó que sería útil investigar la veracidad de todos estos relatos y escribirlos ordenadamente «para que se conozca la solidez de las enseñanzas que has recibido…»
– Ya; es lo que escribe a un tal Teófilo, que debió se el mecenas que le financió los papiros y pergaminos de su evangelio, que ni eran baratos ni estaban al alcance de una comunidad de gentes poco pudientes -he añadido-; pero, ¿este dato es tan importante como para abrir la lectura de tu Evangelio en el domingo de la Palabra de Dios?
– Lo es, amigo mío -me ha respondido cachazudamente-. La Palabra de Dios escrita, que mi Vicario, Francisco, desea que veneréis, no contiene historias imaginarias, sino hechos reales; la Palabra de Dios no puede quedar encerrada en un libro pues en mí se ha hecho carne vuestra. ¿Entiendes por qué los tres datos que te tienen perplejo están perfectamente entrelazados?
– Sí; lo entiendo -he reconocido, apurando mi café-. Pero, dime: ¿por qué empezaste tu predicación en un pueblo tan conflictivo y de mala fama como Nazaret?
– Podría decirte: porque era mi pueblo; pero ya sé que es una explicación para salir del paso. Lucas situó en Nazaret el comienzo de mi misión intencionadamente, porque la reacción de los de mi pueblo encajaba con las diatribas de los escribas y fariseos, que seguirían, y con mi condena a muerte, superada por la resurrección. En Nazaret hice uso del derecho a leer y explicar la palabra de Dios en la sinagoga; allí dejé constancia de que en mí se cumplía aquella Escritura: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír», les dije; pero, si sigues leyendo, verás que mi mensaje se dirigió a los alejados, porque “los de casa” no quisieron escucharlo, como ya había ocurrido con otros profetas de Israel.
– Sí; a continuación, Lucas recuerda que, cuando se dieron cuenta de que no ibas a hacer en Nazaret los signos que habías hecho en Cafarnaúm, quisieron despeñarte -he añadido mientras buscaba el monedero para pagar la consumición-.
– No olvides, amigo, que la Palabra de Dios es para escucharla con atención y devoción, y para secundarla, a fin de que la semilla no se pierda -ha añadido buscando la salida-.