Mujer, esa palabra que existe desde siempre y que Adan dijo: «esto sí que es carne de mi carne: la llamaré mujer»
La mujer ha estado siempre ahí desde Sara con Abraham a Cleopatra con su poder, pasando por Judith, Esther, las salvadoras de su pueblo, Abigail quien, por cierto, tenía un marido necio a quien salvó, María la Madre, Isabel la reina, Teresa la doctora… Teresa la de Calcuta a quien conocí muy de cerca, científicas, políticas, escritoras, sabias, amantes que han formado nuestra cultura y sociedad.
¡Cuántos países viven por el trabajo de las mujeres! Mientras los hombres siempre han peleado, ellas cultivan el alimento para todos, siembran, plantan, elaboran. Miremos Africa: viví en el Congo y comíamos por ellas, las mujeres.
Y Victoria, esa mujer viuda de guerra con seis hijos pequeños a quienes sacó adelante con trabajo y sabiduría: sacó hijos con negocios, con carreras, hijos religiosos para el Reino, trabajadores, hijos de fe y de conciencia comunitaria. Yo soy la quinta, un poco la oveja negra, pero orgullosa de mi madre.
Ella perdió a su marido en la guerra pero nunca reclamó «la memoria histórica». Esa mujer, Victoria, nunca leyó pregones ni gritó por las calles; tampoco la violaron nunca porque ella tenía dignidad y se preocupó de que sus seis hijos tuviesen valores, creyesen en Dios y en las personas y no faltasen al respeto de los demás ni de sí mismos.
Las mujeres no son un invento reciente: somos el cincuenta por cien de la humanidad porque así lo quiso el Creador y me parece vano que se nos lance como un producto nuevo; no somos carne de elecciones ni de polémica, simplemente SOMOS, hombres y mujeres. Así es.
Y por cierto, en la cárcel hay cinco mujeres por cada cien varones. ¿No es curioso?
Déjennos vivir en paz, déjennos trabajar, crear, soñar, parir, amar sin fronteras. Déjennos ser quien somos y no nos comercialicen ni nos saquen a lucirnos sin ton ni son, que tenemos BRILLO PROPIO, nos lo dio Dios y nos redimió Jesucristo, igual que a los hombres, ni más ni menos.