A la gente de mi tiempo, nacidos allá por los cincuenta, se nos educó en aquellas familias tradicionales, rígidas, de costumbres, tanto sociales como religiosas, bien definidas e incuestionables. No había más remedio que asumir esta realidad que nos tocó vivir porque, de lo contrario, eras señalado y marginado en una sociedad tanto civil como religiosa, porque ambos planteamientos iban bien cogidos de la mano.
Ya en mi adolescencia, como en casi todas las de mi tiempo, comencé a resistirme y cuestionar aquella dictadura en la que discurría mi vida. Me oponía a una Iglesia que, predicando la palabra de Dios, metía en el mismo saco poder, riqueza y ambición, a la par que se olvidaba de pobres y marginados. Me chirriaba esta disparidad tan marcadamente opuesta hasta el punto de que empecé a excluirme de aquella realidad religiosa, que no de mi vida cristiana.
Afortunadamente para mí y para otros muchos, en los años sesenta surgió un concilio Vaticano II que trajo a la Iglesia nuevas ideas, nuevas maneras y nuevas luces para acercarla a un mundo distinto y cambiante. Fue un aldabonazo que sacudió mucho y humanizó bastante las normas y criterios eclesiales.
Pero de aquello ha pasado ya mucho tiempo y, como todo lo que si no se cuida se acaba llenando de polvo, también se han empolvado bastante las inquietudes y esperanzas del Vaticano II.
Llevamos ya bastantes años sumidos en la realidad de una Iglesia claramente seccionada, fragmentada en distintas ideologías, en diferentes maneras de interpretar la palabra de Dios y, de nuevo, como ha pasado ya tantas veces a lo largo de la historia, El Espíritu se nos hace presente, una vez más, iluminando a nuestro Papa Francisco y motivándolo para convocar la celebración del Sínodo de los Obispos que, si no me equivoco, es una institución permanente, creada por Pablo VI, como respuesta a los deseos de los padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el espíritu de una nueva Iglesia renacida en aquella gran experiencia conciliar.
Considero que la propuesta que nos hace el Sínodo en este momento es acercar nuestra fe, y el compromiso que de ella nace, a las formas concretas que la sociedad adopta en este tiempo, para actualizar las posturas y decisiones que impiden que nuestra Iglesia pueda ser más testimonio del Evangelio en el mundo de hoy y, de una manera especial, pueda serlo para los marginados social, económica, geográfica o religiosamente.
Me queda muy claro:
En primer lugar, me ha quedado muy claro el matiz de la corresponsabilidad eclesial. Sobreentiendo de ello que somos muchos y distintos y que formamos, unos como jerarquía y otros como seglares, la Iglesia de Jesús en este mundo. Existen y están bien diferenciadas pues, estas dos partes de nuestra Iglesia, diferenciación que no supone superioridad ni supeditación de la una a la otra sino que requiere que, sin ser las mismas formas, tengamos el mismo valor y el mismo cometido.
Otro aspecto al que me ayuda este Sínodo es a reafirmarme en una Iglesia de hombres y mujeres, más humana, sin dolor de cervicales por tanto mirar al cielo y encorvada hacia delante de tanto mirar al suelo, a la tierra que habitamos los seres humanos y a la que un día llegó Jesús de Nazaret para hacer de ella su Reino en este mundo.
Hoy siento algo de entusiasmo porque se refuerzan mi fe y esperanza en esta Iglesia lenta, pero en camino, y doy gracias a Dios porque veo muy claro que cuida y vela por su Iglesia.