Opinión

José Ramón López Goni

Fe católica y cultura española

22 de mayo de 2020

Javier, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, escribe asiduamente en Iglesia en Aragón. Con un estilo accesible y fácil de leer, siempre ordenado, expresa claramente las ideas que quiere transmitir.

En “Aportaciones de la Iglesia católica a la cultura occidental”, publicado el pasado 13 de mayo, y de la mano de dos historiadores, afirma con rotundidad la importancia cultural de la Iglesia Católica en la cultura occidental: los mundos del derecho, del arte, de la cultura, de la enseñanza, del urbanismo y un largo etcétera no serían lo que son sin la presencia de esta institución bimilenaria. Se queja amargamente del desconocimiento de ese legado. Es más, sostiene que existe un deseo consciente, nacido en la Ilustración, de narrar la historia como si la Iglesia Católica no existiera o fuera enemiga de la ciencia y del progreso.

Toledo

Sin duda, es innegable la contribución de la institución eclesiástica a la cultura española y europea. Los hechos y los datos lo demuestran. Asimismo comparto la realidad de la existencia de esa narrativa excluyente del fenómeno religioso y de su identificación sistemática con el atraso y con la violencia. Sin embargo, quisiera matizar algunas otras afirmaciones y conceptos que se dan por supuestos.

El inicio de su artículo, con la referencia a la religión católica como “el alma del ser de España, tanto en su formación como en su unidad política”, merece el primer comentario. En primer lugar, ¿qué es “lo católico”? No tuvo el mismo significado, si es que lo tuvo en esos tiempos, para los cristianos del siglo II que en siglo IV, en el que se definió la ortodoxia mediante las actas de sucesivos concilios. Debió variar en 1054, año de la mutua excomunión del obispo de Roma y del patriarca de Constantinopla. Un concepto cuyos protagonistas vandefiniendo a lo largo de la historia quién pertenece a él y a quiénexcluyen, así como modificando su visión del mundo, dificilmente puede dar continuidad y estabilidad a cualquier realidad política.

Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba.

No queda claro hasta dónde remonta el autor su concepto de unidad política de España ni qué quiere decir con ello. Tal vez forma parte deuna corriente presente en la Iglesia Católica que la lleva hasta el III Concilio de Toledo (589), en el que el rey visigodo Recaredo abjura del arrianismo. Su identificación entre catolicismo y España puede estar pensando en 1492, año de expulsión de la comunidad judía, o en 1609, donde se ordenó lo propio a los moriscos, acusados de falsa conversión al cristianismo. Convendría aclararlo.

En todo caso, el autor parece elevarse a un pasado remoto, leerlo y trasladarlo acríticamente a la actualidad con mirada de presente.

La concepción de los reinos hispánicos cristianos no fue una realidad asentada en los términos políticos actuales, como ordenamiento jurídico común, unidad territorial o lengua única, sino, simplemente y llanamente, en lo dinástico. La monarquía visigoda no abarcó toda la península ibérica salvo en el final de su reinado. Al mismo tiempo, incluyó territorios actualmente pertenecientes a Francia en sus dominios.

La preeminencia de la continuidad dinástica y de los pactos alcanzados lleva a Fernando II (llamado “el Católico) a sus dominios tras la muerte de Isabel I, reconociendo a Felipe de Saboya como Felipe I de Castilla, casándose de nuevo con pretensión de conseguir un heredero para la Corona de Aragón. Austrias y Borbones viven la monarquía como un paraguas que reúne su patrimonio personal y, por tanto, susceptible de ser dejado en herencia, íntegro o, las más de las veces, dividido entre sus hijos, hermanos, tíos o sobrinos.

Los reyes católicos.

El concepto de España como estado moderno nace en el siglo XIX. La Constitución de 1812, arts 1º y 2º, proclama que “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.” (entendidos, tal y como describe el artículo 10, como el actual Reino de España y los territorios del norte de África, de Filipinas y de las Américas), “[…] libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.”, volviendo a disociarse del territorio que hoy identificamos oficialmente como “Reino de España”. Y esta norma declara la católica, apostólica y romana como la religión de la “Nación española”, uniendo, esta vez sí, población, territorio, legislación y religión en la misma unidad política.

En un espacio donde se han hablado (y se hablan) multitud de lenguas sorprende la sola mención del castellano. Olvida el resto de idiomaspresentes en la Península Ibérica y en Hispanoamérica. Buena parte deellas, a un lado y al otro del Atlántico, conocieron destacados integrantes de la Iglesia Católica que promovieron su conservación (incluso su transcripción al alfabeto latino cuando solo era lengua oral), su difusión y su utilización en la vida cotidiana. Valga como ejemplo contemporáneo y local la traducción del Nuevo Testamento al aragonés.

Que cosa fuera “la civilización occidental” es harina de otro costal. El autor lo tiene claro. La Iglesia integró lo mejor de las culturas griegas y romana y “de las distintas tribus germánicas que heredaron el Imperio romano de Occidente” en el sustrato cristiano. Otro “despiste” similar al del castellano. No menciona explícitamente lo que Grecia y Roma, con su espíritu “sincretista”, le deben a los aportes culturales de Egipto, Persia o la India, no identificados en nuestro subsconciente colectivocomo “civilización occidental”. Desaparecen del panorama la presenciay la influencia de Bizancio (que siempre se consideró heredero del imperio romano), de la cultura judía, de Al-Andalus o de las sucesivas corrientes culturales globales, en particular la anglosajona, en la Península Ibérica.

Coincido plenamente con el autor en la necesidad de que los niños y jóvenes (y las personas adultas, añadiría) conozcan la religión cristiana y su historia para poder interpretar las manifestaciones culturales que le rodean. Y también deben saber cuánto le deben las ciudades al trazado romano, visigodo, medieval (musulmán y cristiano) moderno y contemporáneo, por qué Zaragoza tiene el palacio islámico más septentrional de Europa, qué “pinta” una sinagoga en Toledo o en Híjar, o quién fue Avempace, Ibn Paquda o  Al-Kirmaní. En suma, un panorama global e integral que nos permita hacernos una idea más exacta de nuestro pasado y presente como territorio, estado e iglesia.

No cabe duda de que debemos aprender y enseñar una historia matizada y compleja, construida desde la investigación y sin referencias idealizadas del pasado. Una ciencia que se revisa con los nuevos hallazgos y que debe huir de la exclusión y del fundamentalismo. Una disciplina no “reñida” con la fe  ni sustituida por la teología.

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