Opinión

Francisco Yagüe

Expulsar demonios

17 de enero de 2019

Varios relatos en los Evangelios hacen referencia a uno de los signos que Jesús utilizaba para anunciar el Reinado del Padre, la curación de enfermos y la expulsión de demonios: “Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar”. (Mc. 1, 29-39)

La expulsión de demonios y la curación de diversos males supuso para muchos una liberación, una buena notica, la puerta para acercarse al Hijo de Dios.

Nosotros, hoy en día, también estamos llamados a expulsar demonios. En un mundo en transición, donde la intolerancia, el enfrentamiento e incluso la violencia, o la corrupción, fruto del egoísmo, son protagonistas más allá de lo tolerable, los discípulos de Jesús de Nazaret estamos llamados a promover con mayor ahínco acciones de sanación.

Nuestros ojos no pueden ser insensibles al sufrimiento, a la injusticia, al dolor que sufren nuestros hermanos ante situaciones de abusos, explotación o de exclusión y marginación.

Estamos llamados a expulsar los demonios de aquellos que son golpeados por la pobreza, por la precariedad y la vulnerabilidad. Familias que no tienen los recursos económicos suficientes para hacer frente a los pagos de luz, calefacción, el alquiler. Personas que viven en trasteros o locales no aptos para un hogar. Niños y niñas que no pueden disfrutar de unas vacaciones fuera de Zaragoza. ¡Qué callen los demonios de la angustia, del miedo, los demonios de la falta de futuro y la impotencia provocados por las carencias materiales!

Estamos llamados a expulsar los demonios de aquellos que son marginados por vivir en la calle, a la intemperie. Personas y familias que llegan a España para mejorar sus condiciones de vida, huyendo de guerras, conflictos sociales o del hambre. No podemos renunciar tampoco a expulsar los demonios de todos esos menores no acompañados que incluso utilizan la violencia como expresión de su rechazo y marginación. Las mujeres que venden su cuerpo al mejor postor. O aquellos que acaban privados de libertad sin que la vida les haya dado otra oportunidad que delinquir. Tenemos que ordenar callar a los demonios del acoso, la reticencia y la desconfianza, los demonios de sentirse rechazado, sin identidad.

Estamos llamados a sanar a todos aquellos que están expulsados del mercado laboral. Personas trabajadoras cuyo sueldo no alcanza para cubrir las necesidades de sus familias o personas que se ven obligadas a aceptar trabajos precarios. Situaciones de largo desempleo que acaban minando la autoestima y dignidad del que la sufre. Debemos silenciar los demonios de la explotación o el abuso en el mundo del trabajo, los demonios del que se siente inservible, sin valía.

Sanar y liberar a los endemoniados de nuestra sociedad, puede dar pie para que, una vez liberados, se incorporen a la comunidad y se pongan a servirla, como la suegra de Pedro que siendo visitada por Jesús y curada de sus dolencias, se puso a servir a todos.

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