Opinión

Maripaz Diez

Hacia una Iglesia Sinodal

Estuve en la cárcel y vinisteis a verme

30 de enero de 2025

La especial sensibilidad de la persona privada de libertad es muy difícil de comprender para quienes desconocen el mundo de las prisiones.

¿Cómo se siente el recluso?

Cargando con una condena a cuestas, el penado se vive a sí mismo aislado, incomunicado, solo y cautivo en un mundo de incertidumbres. Experimenta la decepción de sentirse marginado. Conoce bien la injusticia, la soledad y la humillación de los malos tratos… Habita en un contexto reglado y monótono: fila para desayunar, comer y cenar, patio, juegos de mesa, escribir instancias, hablar, coger medicación, charlas, deporte, biblioteca, visitas, etc. La convivencia en el módulo no está exenta de conflictos y peleas. En este ambiente afloran temas comunes a todos: el sentido de la vida, la culpa, la vergüenza, el arrepentimiento, la religión y la esperanza. Lo que es un lugar de castigo se convierte para muchos en un tiempo de reflexión; por ello, no resulta extraño que, a veces, la creencia en Dios desempeñe un papel nuclear durante la estancia en prisión.

Al inicio, hablar de Dios se considera entre ellos una muestra de debilidad, pero, más tarde, se busca ayuda y protección en Él. Perciben Algo y lo vivencian desde la diversidad de prácticas religiosas: oración, misas, lectura de textos sagrados, reuniones, coro, vía crucis. Estas actividades les permiten participar, sentirse escuchados, apoyados; incluso, escapar de la rutina diaria. Encuentran en ello un sentido para mantener la calma, manejar sus emociones, sentir fortaleza en momentos de adversidad; incluso, como oportunidad para vivir mejor consigo mismo.

¿Cómo lo mira Dios?

Aunque el penado provoca un rechazo social permanente, su persona es sagrada, como la de cualquiera. Dios está en cada uno de los presos con atenta mirada. Su alianza es ilimitada. Esta dimensión del pobre, sujeto predilecto de Jesús, es lo más significativo de su mensaje. El discípulo de Jesús será testigo creíble, si con su actitud y desvelo aporta ese talante humano con impronta de Evangelio. Si no fuera así, lo más genuino del Reino de Dios, concebido como un estado inclusivo y contagioso de alegría, quedaría baldío.

Desde el prisma de Dios, es posible en ellos un cambio vital. El deseo de crecer como personas y reconstruirse está latente. Ese tiempo de un proceso en el que “Dios escribe derecho con renglones torcidos” se desconoce cuándo irrumpe y de dónde viene, pero la sanación también llega al corazón de la persona esperanzada, a cambio de nada.

¿Cómo lo percibe la sociedad?

La ciudadanía, cargada de prejuicios, les encasilla. Se sitúa ante ellos con prevención, cautela y miedo. Su presencia despierta todas las alarmas. Mirar para otro lado es bastante habitual. Esta denegación, frente al deseo de su reinserción, provoca que se perciban como sujetos imperdonables de por vida y lo asemejan a una segunda condena. El estigma social es tan fuerte que, de hecho, viven excluidos a las afueras de la ciudad como en una isla de difícil acceso. La información que se vuelca desde la prensa y otros medios carece de amabilidad y empatía social. ¿Olvidamos que su delito ya ha prescrito? ¿Es posible otro enfoque en la conciencia ciudadana? Un cambio de mirada más humana hacia la persona privada de libertad acabará con cualquier forma de marginación preventiva.

Las entidades (“Enlazados”) que colaboramos en centros penitenciarios de Aragón lo hacemos convencidas de que ese espacio y tiempo de acompañamiento es merecedor de dignidad y respeto. La dirección penitenciaria nos acoge con gran aceptación. Cobra sentido ser apoyo presencial para detener e invertir una tendencia excluyente hacia los penados desde distintos estamentos sociales.

Después de años de participar con un equipo de voluntarios en prisión constato que, si te adentras en su estado de ánimo y sufrimiento, cualquiera queda sorprendido por la intimidad de sus relatos, por la confianza gratuita, por la mirada que acompaña, por la liberación sentida y confesada. Los vínculos que nacen, a través de la escucha y el diálogo, dejan patente que, al hacer este camino, nos humanizamos mutuamente. La acogida sonriente y la despedida alegre es el mejor signo gratificante.

El contexto eclesial de 2025

El Sínodo en su Documento final -octubre de 2024- señala: “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, los marginados y excluidos, y por tanto también en el de la Iglesia (nº 19 y 111). Este reconocimiento del pobre, sin estatuto propio, está llamado a desarrollarse con diálogo, urgencia y amplitud para avanzar con más fuerza en la realidad de nuestro mundo.

En el marco del Año Santo Jubilar 2025, fue muy significativo que el Papa Francisco realizase una visita a la cárcel de Rebibbia, en Roma, para abrir la Quinta Puerta Santa el 26 de diciembre de 2024. Este símbolo de abrir un espacio cerrado -una cárcel- es la mejor llamada eclesial a la apertura de corazón, a un interior reconciliado que sostiene la esperanza y el sentido de la vida.

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