Les invito a entrar, no en la Semana Santa, que seguro lo hacen, sino en el Triduo Pascual, ese complejo de misterio divino y humano que nos da vida y que comprende las celebraciones más especiales del año litúrgico: la misa vespertina de la Cena del Señor, la celebración de la Pasión del Señor y la Vigilia Pascual.
Son tres celebraciones en una sola. Fíjense en el detalle: la misa del Jueves Santo, comienza “en el nombre del Padre…”, pero no termina, la asamblea se retira en silencio, sin despedirse; la del Viernes Santo, comienza y termina en silencio, sin saludo ni despedida: la Vigilia empieza sin la salutación litúrgica habitual, pero concluye con la bendición solemne de la Pascua y la despedida «podéis ir en paz, aleluya, aleluya».
¿Se han dado cuenta? Es la misma celebración en tres partes, que tienen lugar en tres días consecutivos: la víspera del Viernes Santo, el Sábado Santo y la Noche Pascual. No se pierda ninguna de ellas: sería como ir a una ópera y perderse uno de los actos… no entendería nada.
Pero no solo eso. Es una celebración en tres partes que salta del templo a la calle. Se prolonga con prácticas devocionales y de piedad popular como son el viacrucis, las procesiones, la visita a los monumentos. Pero tampoco se queda en la calle, llega hasta nuestras casas, invitándonos a vivir con un poco más de silencio, con un poco más de recogimiento, con un poco más de seriedad, con un poco más de sacrificio. Eso sí, sin malas caras; al contrario, con la serenidad de quien se sabe hijo querido de Dios, hijo predilecto, hijo amado. Con la alegría de quien se sabe salvado, capacitado por Dios para vivir una vida nueva.
Muchas cosas van a oír y ver estos días santos. Les invito a experimentarlas, a vivir apasionadamente la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.