Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Encontrar sentido

9 de septiembre de 2020

La persona humana es la única criatura que, libre y a veces duramente, puede dar sentido a su vida, a su existencia. Pero lo hará no dirigida por el instinto, sino por la reflexión y la decisión consecuente. Cuando se deja arrastrar principalmente por el instinto, su vida pierde nobleza, belleza y humanidad.

                No es fácil encontrar sentido. Sí, necesario para poder vivir dignamente. Cuando no se encuentra, es posible perderse en la tristeza vital, incluso en el suicidio. Cuando se encuentra, podemos vivir con esperanza hasta los momentos más difíciles y complejos de la vida.

                Poder encontrarlo, supone buscarlo. Nuestro mismo ser humano nos pide esa búsqueda. ¿Para qué vivo? ¿Para qué estoy viviendo? ¿Para qué he recibido la vida? Es difícil eludir estas preguntas cuando no sofocamos nuestra capacidad de reflexión. O cuando las evitamos porque hemos decidido vivir solo para nosotros mismos y todo lo medimos desde la utilidad o el placer que me proporcionan las cosas de la vida. Pero, de esta forma, ya hemos elegido el sentido de nuestra vida: yo y mi bienestar, yo y mi superficialidad, yo y mi egoísmo. Esta decisión, ¿es fruto de mi libertad o de mi sometimiento irreflexivo al ambiente que me rodea?

                Encontrar sentido a la vida a veces es muy duro. Exige coraje y decisión. Cuando la enfermedad afecta a tantos, o la muerte se ha llevado a muchos y siembra tano dolor, o la pobreza afecta a gran parte de la humanidad, o el paro ha entrado en las casas… ¿dónde encontrar el sentido? ¿es posible encontrarlo? La esperanza nos mantiene en esos casos. Y la solidaridad de otros. Porque el sentido de la vida es interior -esperanza- y comunitario -solidaridad-.

                Encontrar este sentido es cuestión personal, pero no individualista. Como todas las realidades importantes de la vida. Porque la decisión personal la tomamos correctamente cuando tenemos en cuenta al resto de la humanidad, comenzando por el entorno más cercano. Solo así el sentido encontrado tiene características humanas. Todo está relacionado, especialmente las personas.

Esto es más palpable cuando la realidad es dura, dura, y mundial. Más para los pobres y marginados en nuestra realidad más cercana. Y todavía más en países marginados, sometidos y empobrecidos. Estar abiertos a esta situación y decidir lo que cada uno debe hacer, forma parte del sentido de la vida. Ya sabemos eso de “la vida que no sirve, no sirve para nada”. Es la cuestión del sentido.

                Ante todo esto que sucede a nuestro alrededor, cuando lo miramos con el corazón (que es quien mejor ve), nos lleva a la cuestión: ¿qué sentido tiene para la humanidad? ¿qué me pide a mí personalmente y al entorno en el que me muevo: familia, amigos, trabajo? La responsabilidad, la generosidad, la solidaridad son respuestas con sentido.

                Y bajando de este planteamiento ante la situación del mundo, ante el sentido general de la vida en el mundo, nos encontramos con un campo muy nuestro, ‘el nuestro’, nuestra vida personal. En ella hay momentos, acciones y actividades normales que necesitan un sentido, una razón, para hacerlas a gusto, con dignidad y alegría. Y no puede ser la pura obligación. Obligan la ley que hay que cumplir y los compromisos no aceptados a gusto y que no podíamos no aceptar. Cada gesto de nuestra vida, toda acción nuestra que afecta a los demás, necesitan un sentido que los sostenga y anime: el amor o la alegría de saber que mi gesto o acción ayuda a otros.

                Aún nos queda el aspecto más doloroso de nuestra vida. La enfermedad, el desprecio, una dificultad grave, una carencia importante, una frustración… ¿qué sentido podemos dar a estas situaciones que pertenecen también a la realidad de nuestra existencia? Ciertamente, no soy yo quien puede responder a esta pregunta. Quienes han elegido un sentido humanamente digno para sus vidas, sí podrán decirnos cómo viven esas situaciones. Sabrán encontrar incluso algo positivo y saldrán fortalecidos para seguir viviendo con esperanza. Porque todo puede tener un sentido, aunque a veces cueste descubrirlo, aceptarlo y vivirlo. Nuestra condición humana nos capacita para poder actuar así, para buscar el sentido que tiene o que podemos dar a todo lo que hacemos y a todo lo que nos sobreviene y lo enfrentamos con valentía y responsabilidad.

                Por último, la normalidad de nuestra vida, la serie de actos sencillos de cada día, el trabajo que realizamos, las relaciones que establecemos, la convivencia familiar… todo encuentra un sabor nuevo, una motivación más profunda, cuando todo lo realizamos con un porqué y un para qué encontrados en el sentido que damos a nuestra vida. Un porqué y un para qué nacidos, no de un interés egoísta y utilitario, sino de nuestra capacidad natural de abrirnos a lo que somos. Abrirnos a un sentido de la vida que tiene en cuenta que todos estamos conectados y que pertenecemos a un mismo mundo. Mundo que se nos ha encomendado para cuidarlo, amarlo y mejorarlo, siempre poniendo el servicio a la persona humana en el centro de nuestra existencia.

                Y si, además, contamos con la confianza en Dios Padre, el sentido de nuestra vida se abre y se abre al proyecto de Reino, sentido último de la vida del cristiano.

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