Flash sobre el Evangelio del Domingo de Ramos (28/03/2021)
Hoy se ha leído el relato de san Marcos sobre la pasión de Jesús, como pórtico de la Semana Santa; pero antes, en lo que otros años era una procesión con ramos de olivo y palmas, se han bendecido los ramos y se ha leído la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 1-10). Este relato me ha sorprendido y me ha dado pie para empezar la tertulia de este café dominguero.
– ¿Por qué aceptaste aquella manifestación, con aclamaciones mesiánicas incluidas, cuando el ambiente se estaba enrareciendo? ¿No pensaste que sonaría a provocación?
– Toda mi vida entre los judíos fue una provocación -ha respondido sin pestañear-. Creo que había llegado el momento de desvelar mi identidad, que había preferido mantener oculta.
– Sí; ya recuerdo que a los tres testigos privilegiados les prohibiste hablar de lo ocurrido en el monte de la transfiguración y a Jairo, de que habías devuelto la vida a su hija…
– Era necesario para que la gente, que esperaba un Mesías, no me tomase por lo que no era, por un caudillo milagrero y triunfador. Recuerda que después de la multiplicación de los panes, empezaron a hablar de mí como “el profeta que iba a venir”, quisieron “hacerme rey” y hui al monte yo solo para evitar el malentendido.
– Pero ahora eso no te importó: buscaste una cabalgadura y no contuviste las aclamaciones de la gente, a pesar del notorio fastidio que causaron a los sumos sacerdotes y a los escribas…
– Estás olvidando dos cosas -me ha dicho, con esa paciencia infinita que tiene conmigo cuando empiezo a desbarrar, y se ha tomado un sorbo de café-.
– ¿Qué es lo que olvido? -he replicado inmediatamente sin dar el brazo a torcer-.
– Que mi vida entre los judíos estaba llegando al final. Así que era preciso que vieran con claridad que el Mesías prometido en sus Escrituras ya había llegado, pero, al mismo tiempo, que no era el tipo de Mesías que ellos esperaban. Por eso, busqué un borrico como cabalgadura. El emperador de Roma, cuando regresaba victorioso por haber sometido a los pueblos rebeldes, entraba en la ciudad sobre un brioso corcel; yo quise montar un borrico para cumplir la profecía de Zacarías: “¡Alégrate, hija de Jerusalén! Mira que viene tu rey, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna”.
– O sea, que no querías que te vieran como un rey guerrero que conquista a la gente para Dios a la fuerza.
– Efectivamente. Cuando lloré a la vista de Jerusalén, previendo su futura destrucción a manos de los romanos, no pude menos de exclamar: “¡Si conocieras el mensaje de paz que te traigo! Pero ahora está oculto a tus ojos”. Charles Pèguy, poeta y converso, lo captó perfectamente al escribir: “cuando se ha conocido lo que es ser amado por hombres libres, las reverencias de los esclavos no nos dicen nada”. ¿No lo sabías?
– No lo recordaba, pero viene muy al pelo. Tu Padre nos ha dado el don de la libertad y quiere que le amemos libremente, ¡aunque nos empecinamos tantas veces en el error…!
– Y con esa sobredosis de egolatría y déficit de humildad que lleváis a cuestas como un fardo -ha añadido-. Hoy empezáis una Semana Santa sin poder sacar los pasos de mi pasión a la calle. Pero tenéis la gran oportunidad de llevar la procesión por dentro y aprovechar mejor mi ejemplo de humildad y servicio, que en estos días celebráis.
– Así sea -he concluido cabizbajo, mientras me prometía “llevar la procesión por dentro”-.