El saber no ocupa lugar. Es verdad. Y no es solamente que tengamos conocimientos sobre determinados temas, sino que el saber nos permite relacionarnos de otra manera y hasta ser de otra manera. Por eso, todos los medios que podamos invertir en formación serán bien recibidos ahora y en el futuro.
Este mes de marzo nos llega, de nuevo, el Día del Seminario que, por cierto, también existe el resto del año y debería estar más asiduamente presente en la vida de las comunidades parroquiales.
Se cuenta y comenta que la formación en los seminarios está bajo revisión. El trabajo de la Comisión creada para esta reforma concreta, en paralelo al Sínodo que terminó el pasado octubre suena bien, pero habrá que ver cómo aterrizan sus propuestas cuando las conozcamos.
Sin embargo, los seminarios de nuestro país no parece que avancen mucho en la reforma que se indicó desde el Vaticano, hace ya año y medio de un plazo de tres. ¿A qué se está esperando? A esta demora se suma el tirón de orejas recibido por las facultades de teología en España que, desde Roma se ven excesivas, por el bajo número de alumnos, y la preocupación se extiende también a la ideologización que se percibe en algunos claustros, en los que pareciera que “se ignora, no solo el magisterio del papa Francisco, sino que se ‘reinterpreta’ la recepción del Concilio Vaticano II”. Parece como si el tiempo se hubiera detenido en Juan Pablo II, por ejemplo, en lo que a la familia, la vida y la afectividad se refiere. A la vista está la exaltación que se lleva a cabo en algunos foros educativos de la teología del cuerpo que promovía el Papa polaco y las nulas referencias, tanto en determinados manuales y programas académicos como en las clases, a las enseñanzas de ‘Evangelii gaudium’ y ‘Amoris laetitia’, deja caer una profesora, preocupada por la deriva en algunas facultades, pero, sobre todo, por los espacios de reciente creación. “Echo en falta más libertad de cátedra, esto es, que se fomente un pensamiento crítico y profético”. ¿Será esta última frase pronunciada por una profesora la clave, o una de las claves de interpretación de la realidad de las facultades de teología?
¿Para cuándo un diálogo, en las aulas en facultades y seminarios, entre la teología y las ciencias humanas? ¿Para cuándo unos seminaristas que sean conocidos mientras duran sus estudios por sus escritos y reflexiones publicadas? ¿Para cuándo un poco de aire fresco en nuestra rancia filosofía y teología? ¿Será que alguien cree que una formación sesgada e ideologizada garantiza un futuro de números que haga babear a algunos mientras preparan sus informes para Roma? ¡Qué manera de engañarse!
En la mayoría de seminarios y facultades no se ve una mínima preocupación por crear alguna formación en sinodalidad –basta con pasearse por sus webs- tal y como están haciendo desde el CELAM y la CLAR en Hispanoamérica. Curiosamente, y en coherencia por su representatividad en parroquias y entidades religiosas, quienes más demandan formación de este tipo son las mujeres. ¿Será que la Iglesia sinodal está llamada a ser femenina? Espero que no porque eso no sería Iglesia.
Las mujeres, preocupadas por la formación en la Iglesia, no están tan presentes como debieran en la formación de los futuros sacerdotes, ni en las mejores condiciones; en algunas universidades en Roma, hay profesoras de teología, doctoras todas ellas y pertenecientes a congregaciones religiosas diferentes, que llevan más de cinco años trabajando sin contrato. Sí, como suena, sin contrato. Eso no les hace abandonar sus puestos porque son conscientes que, si se van, no serían sustituidas por otras mujeres. Eso no quita que hayan emprendido acciones para solucionar la abusiva situación que padecen.
Abuso de poder, abuso laboral y, según vemos en algunas facultades falta de libertad en la cátedra. Lo que se dice un panorama desolador para el futuro de la teología en general. En concreto, en nuestro país, el panorama no es mejor. Y, concretando más, en nuestra diócesis tampoco.
Esa formación que lance al mundo, bien preparados, a los futuros sacerdotes, no se ve ni se espera en tiempos próximos. Una formación que abrace las propuestas culturales de nuestra ciudad no se aprovecha por… ¿miedo a las propuestas, falta de confianza en los formandos, sentido de que fuera de mi institución no hay nada que valga la pena aprender?
Al final, quien sufre las consecuencias de una formación sesgada e ideologizada, es la propia Iglesia y no olvidemos que la Iglesia está formada por personas que necesitan de pastores formados –no deformados- que les ayuden a crecer en la fe, a ser constructivamente críticos, en definitiva, a ser cristianos adultos.
Además de leer y escuchar lo habitualmente aburrido y repetitivo sobre el Día del Seminario, hagamos un pequeño esfuerzo para pedir que la formación que en ellos se imparta tenga, al menos, un mínimo de sinodalidad en sus contenidos, y piense en toda la Iglesia. No solo en la parte que a obispos, rectores y formadores les guste. Nos jugamos mucho y no es difícil de ver.
El saber no ocupa lugar, y el saber (y enseñar bien), tampoco.