Opinión

Pedro Escartín

El Paráclito os recordará lo que os he dicho

21 de mayo de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VI Domingo de Pascua

En el evangelio de hoy (Jn 14, 23-29), igual que en el del domingo pasado, sopla el viento de la despedida. Jesús se va y no quiere dejar solos en medio del mundo a los que él ama y le aman. Promete hacer morada en ellos y enviarles el Espíritu Santo. Muy pronto la comunidad experimentó esa presencia del Paráclito, como hemos escuchado en la primera lectura (Hch 15, 1-2. 22-29). Rumiando estos recuerdos, he llegado a la cafería y ya me esperaba Jesús.

– ¿En qué piensas, tan absorto? -me ha dicho sosteniendo la puerta para que entrase-.

– En lo que dijiste a tus discípulos en la despedida. Aquella “cena” dio para mucho -he respondido acercándome a la barra para que el camarero nos viese-. ¿Qué quisiste decir con la promesa de que el Espíritu Santo «será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho»? ¿Que disponemos de un maestro misterioso?

– Misterioso, silencioso, permanente y real. -ha subrayado dirigiéndose a una mesa con el café en la mano-. Lucas, que investigó diligentemente los relatos de mi vida terrena, recogió un hecho trascendental que confirma las palabras de Juan en el evangelio de este domingo.

– ¿Te refieres al altercado sobre si había que circuncidarse y hacerse judío para salvarse? -le he dicho recordando la narración de los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura-.

– Efectivamente -ha respondido con rotundidad-. Aquello fue algo más que un altercado. Estaba en juego la validez de mi muerte y resurrección, y hasta el futuro de la Iglesia. Si para salvarse había que hacerse judío y cumplir con la ley de Moisés, ¿qué sentido tenía el que el Padre me hubiera enviado para salvar el mundo? Esto fue lo que los jefes del pueblo nunca quisieron reconocer y motivó mi condena a muerte. Pablo lo expresó perfectamente en su carta a los Gálatas: «la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano».

– Y la Iglesia no hubiera sido más que una secta del judaísmo; jamás hubiera llegado a ser universal o católica -he añadido después de tomar un sorbo de café-.

– Como ves, aquello fue más que un simple altercado -me ha dicho en tono de confidencia-. El Paráclito, que les prometí en el momento de la despedida, acompañó, de forma discreta pero eficaz, a los que estaban al frente de la comunidad para que tomaran la decisión correcta y la comunicaran a los cristianos de Antioquía, que procedían todos ellos del paganismo.

– En una carta muy elocuente, por cierto, que tranquilizó a cuantos, de entonces en adelante, hemos creído en ti en el ancho mundo. Déjame recitar sus primeras palabras, porque me ayudan a confiar en que sigues presente entre nosotros a pesar de las turbulencias a las que está sujeta la vida de tu Iglesia en tantas ocasiones: «Los Apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras (…). Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría…»

– Entonces empezó lo que ahora pomposamente llamáis sinodalidad. Para esto os envié al Paráclito, para que os haga comprender lo que os he dicho y os ayude a actualizarlo en cada momento de la historia -ha concluido-. Gracias al Paráclito, la Iglesia no ha sucumbido y se ha reformado y renovado en momentos cruciales de su historia.

Animados por la presencia del Paráclito, nos hemos levantado y él ha dicho: “hoy pago yo”.

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