Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

El grito y la palabra

2 de diciembre de 2020

                El grito, gritar, forma parte de nuestra vida. Es una reacción espontánea ante un susto, un peligro, una gran alegría… Damos gritos de socorro y ayuda cuando nos sucede algo y estamos solos. Para que nos oigan, aunque no nos vean, y puedan localizarnos. Estos gritos son naturales. Incluso sanadores. Se afirma que, irse a gritar solo, donde nadie nos oiga y se pueda asustar o calificarnos de cualquier anomalía psíquica, ayuda a quitar o rebajar tensiones que nos agobian. Son los gritos normales en la vida. Gritos que pueden salvar.

                Hay otros gritos que no ‘gritan’ físicamente (a veces también). El grito del mar que nos devuelve cadáveres de quienes buscaban huir del hambre y la miseria (nuestro Mediterráneo). El grito de los que llegan vivos sin nada, con lo puesto (aunque algunos lleven teléfonos para comunicarse. Detalle por el que grupos de poder afirman que emigran por gusto y con medios). El grito silencioso de los campamentos de refugiados abandonados, muchas veces, a su suerte, es decir, a su desgracia. El grito del hambre y de la pobreza, mejor: de los hambrientos, de los pobres. Son los gritos de la injusticia y de la dignidad negada y maltratada. Gritos que pueden remover entrañas y suscitar cambios de vida.

«El grito » de Edvard Munch

                Están los gritos vestidos de poder y de redes sociales. Los gritos de los primeros se oyen (los escuchamos en la tele y la radio) y los dos influyen negativamente en la sociedad. Gritos que insultan al adversario, sólo porque es adversario, sin escuchar lo que hace de positivo. Su argumento es, a veces: ‘y tú más’. Esas redes sociales que inventan noticias falsas, que ridiculizan a las personas o a colectivos que piensan de otra manera. Son los gritos de los poderosos y fuertes que siembran hostilidad a nuestro alrededor. Gritos que nos llevan a unas relaciones humanas intransigentes. Eso sí, excluyamos a políticos y poderosos honestos y a mensajes y propuestas bellas y esperanzadas en las redes sociales.

                Sin duda que quedan otros muchos gritos. Pretendo hablar ahora del grito y la palabra en las relaciones humanas cercanas, en el día a día con la familia, amigos, compañeros; en el diálogo o discusión sobre ideas y apreciaciones distintas…

                El grito, en esas relaciones, es expresión y fruto de prepotencia, de intolerancia, de desprecio, de creerse superior, de imponerse sobre el otro. Es la razón de la fuerza que imposibilita la convivencia, el respeto, la alegría. El ‘a grito pelado’ en las relaciones con los otros y en los posibles conflictos arruina la posibilidad de entenderse, de construir algo mejor, de superarlos. Elimina todo respeto al otro. Como leí en algún lugar, las personas gritonas parecen ‘megáfonos con patas’ y sin cabeza, añado. Estos gritos asustan y llegan a romper buenas relaciones.

                Frente al grito está la palabra. La palabra sosegada, dialogante, serena, constructiva. Es nuestro medio más humano y positivo que tenemos junto con la ternura, el abrazo, el beso, la intimidad la solidaridad. Todo lo demás se puede expresar por la palabra que nace del corazón que ama y de la cabeza que piensa. El grito cierra la puerta a todo progreso en la relación humana.

                Sin olvidar que también las palabras, dichas sin gritos audibles, pero sí con rencor y para humillar, son tan poco constructivas como los gritos. Palabras como espadas que rompen todo lo que encuentran al ser pronunciadas.

Cuando el grito sustituye a la palabra, los matrimonios están comenzando a morir; los amigos dejan de serlo; los consejos se convierten en lo contrario; la propuesta de la fe, la predicación, aleja a los escuchantes; la vida pierde melodía (también leí en algún momento que ‘los gritos no tienen melodía’).

                El triunfo de la palabra sobre el grito nos lleva a esta bella y esperanzada conclusión: “La voz susurrante que hace pensar, se acaba escuchando más que los gritos”.[1]


[1] CRISTINA INOGÉZ SANZ. ¡Sí, Fratelli!. Rev. Ecclesia. N° 4053. 14 nov 20, 6.

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