Hay artículos que, al leerlos, te dan un bofetón. Y ¡bendito bofetón! Pueden ser sobre temas que sabías ‘a bulto’ y que, más de una vez, tú también lo recuerdas sin darte cuenta de su gravedad. Eso me ha sucedido con “El desperdicio de alimentos, la Biblia y nosotros”.[1]
Comienza el artículo con el recordatorio de uno de esos días que no sé si son efectivos o no en lo que pretenden. No estorban, sin duda, incluso ayudan, con tal de que no sean una excusa para ‘justificar’ el tiempo y el sueldo de sus organizadores y… punto. “El 29 de septiembre ha sido declarado por las Naciones Unidas como el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Esta iniciativa nos brinda una ocasión para detenernos y reflexionar acerca de una realidad muy importante y cotidiana, que pasa demasiado desapercibida”. Esto es verdad: es una ‘ocasión para detenernos y reflexionar’. Por eso, estos ‘datos contundentes’ hay que leerlos despacio y meditándolos. Para que no nos pasen ‘desapercibidos’ Veamos.
“Los datos (de Naciones Unidas) son contundentes. Por ejemplo, un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o se desperdicia para el consumo humano… Se estima que solamente con una cuarta parte de las pérdidas y del desperdicio de alimentos se podría alimentar a 870 millones de personas, equivalente al número total de personas subalimentadas en nuestro mundo”. Sí, eso dicen. Puedes leerlos ‘despacito’ de nuevo.
Esta situación no es producida solamente por las grandes empresas transformadoras o grandes cadenas de ventas. Nos atañe directamente a todos, especialmente a los que vivimos en países enriquecidos y que olvidamos a quienes viven en los países empobrecidos por el abuso de los primeros. ¿Preparados?
Según la ONU, “también es llamativo que el 42% de esas pérdidas se produce dentro de los hogares… De hecho, más de tres cuartas partes de los hogares españoles reconoce que desperdicia alimentos, por una cantidad total de 26,2 millones de kilos cada semana. De ellos, el 76% son productos sin elaborar (sobre todo, frutas, verduras, hortalizas, lácteos y pan) y en 24% son platos cocinados, especialmente carnes, potajes, legumbres, sopas y purés”.
Nuestro articulista deja caer esta sugerencia: “Sin duda, con un poco más de cuidado, una mayor atención y una mejor planificación familiar, la situación podría mejorar mucho. Está al alcance de nuestra mano”.
El autor nos recuerda algunos pasajes bíblicos del AT sobre el no desperdicio de los alimentos. Y el de Jesús: «Recogieron las sobras de los panes y los pescados y llenaron doce cestos» (Mc 6, 43). «Comieron hasta quedar satisfechos, y recogieron las sobras en siete cestos» (Mc 8, 8). «Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos: —Recoged las sobras para que no se desaproveche nada» (Jn 6, 12). Lo que podía ser un despilfarro, se convierte en una invitación a agradecer y compartir”. Una buena orientación para todos.
Termina el artículo con un texto nada complaciente, pero verdadero, del Papa Francisco: “Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es uno de los más vergonzosos” (Fratelli Tutti, n. 18).
Casi todos los medios de comunicación, ¡qué menos!, se han hecho eco de la noticia para que la comida no se tire. Pero sí se tira. Y en grandes cantidades: en España, 7,7 millones de toneladas acaban en la basura todos los años, según datos del Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente. Un problema de orden mundial, casi un tercio de la comida se despilfarra, estima la FAO.
Una de las causas de que esto suceda es que los alimentos son aún percibidos como bienes a los que hay que sacarles rentabilidad. Rentabilidad que comienza cuando se paga poco a los agricultores (las primeras víctimas) y cuando se olvida que la misión primordial de los alimentos es dar de comer a todos, algo tan básico como el derecho a la vivienda o a la educación. Este olvido provoca el que sacar rentabilidad comercial sea más importante que dar de comer a todos.
Mirando desde el otro lado, el de los subalimentados o hambrientos, recojo estos dos textos también de Francisco: “El agua se ha vuelto escasa y el suministro de alimentos inseguro, provocando conflictos y desplazamientos para millones de personas… Pero esto implica hacer cambios. Cada uno de nosotros, individualmente, debe responsabilizarse de la forma en que utilizamos nuestros recursos”.[2] Mirando desde el otro lado, “aprenderíamos a no proyectar nuestras prioridades sobre poblaciones que viven en otros continentes, donde otras necesidades son más urgentes; donde, por ejemplo, no sólo faltan las vacunas, sino también el agua potable y el pan de cada día”[3].
Cambios, cambios… individualmente, individualmente… ¿De qué sirve que cambie yo… o mi familia?
Se trata de la responsabilidad, de la solidaridad, de la conciencia personal que son necesarias e insustituibles en la situación actual. Cada uno estamos llamados a ser responsables, solidarios, concienciados de que somos una sola familia que habita en una casa común.
Por eso, lo primero que estamos llamados es a planificar mucho mejor lo que vamos a consumir, compartir comida, salvarla, organizar mejor el frigorífico, reciclar alimentos… Esa es nuestra tarea, nuestro compromiso. Y nuestra esperanza: porque, como dicen los que trabajan en este tema tan importante y, de momento, tan escandaloso, «cada vez se habla más de esto, pero todavía hace falta una mayor concienciación del consumidor»,
[1] Fernando Chica Arellano. Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA. Revista Ecclesia – N° 4092 – 9 oct 2021. Pág. 42-43
[2] Mensaje conjunto para la protección de la Creación del Papa Francisco, Bartolomé I, Patriarca Ecuménico y arzobispo de Constantinopla, y Justin Welby, arzobispo de Canterbury. 1 sept 2021
[3] A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA. 27 de septiembre de 2021