Cuando aún no somos capaces de vislumbrar el fin de “esta pesadilla”, hablar del “después del COVID-19”, puede resultar un tanto presuntuoso o, quizás, muy necesario, frente a tantos “falsos profetas del populismo”, empeñados en seguir manipulando nuestras conciencias y apagando los sueños necesarios, para construir un futuro y una vida digna y mejor para todos los seres humanos.
Esta reflexión que ahora lees, está inspirada en una sesión de formación “on line”, llevada a cabo durante el mes de mayo, entre misioneros españoles, que estamos trabajando en tres países del sur de África: Zambia, Zimbabue y Mozambique.
Que la vida empieza a ser distinta, desde la irrupción de este virus, es algo que nadie puede negar. Que es difícil predecir todos los cambios y consecuencias que vamos a vivir –o padecer-, sin lugar a dudas. Pero nada ni nadie, nos puede impedir el proyectar esta situación como una oportunidad o un favor, que Dios nos está haciendo, para vivir la caridad, “el amor sin medida”, como el mandamiento fundamental de nuestro ser creyente.
Esta es una de las intuiciones que nos pueden ayudar a comenzar el proceso de reconstrucción moral y espiritual que necesitamos después de un tiempo de sufrimiento, inseguridad, miedo y stress provocado por esta pandemia, que ha socavado buena parte de los cimientos que hasta hora sostenían el común de nuestras vidas.
En breves, celebraremos el “Día del Amor fraterno”, el tradicional Corpus Christi; y desde el Evangelio y la situación que hoy estamos viviendo, se nos invita a vivir el “amor sin medida”, ese que hemos intentado vivir tantas veces pero “controlando”, “midiendo” muy bien, para no caer en la trampa que pudiera desequilibrar nuestros proyectos de vida personales o pastorales.
“Amar sin medida” –al estilo de Jesús-, es realizar sencillos gestos de amor y de justicia con los que viven a nuestro alrededor; ser fieles a los compromisos que un día asumimos y que ahora, esta crisis del virus, está poniendo en tela de juicio; es valorar el don de la vida y de la libertad, el don de la tierra que hemos recibido –gratuitamente- por Dios y que debemos empezar a “mimar”, para hacer el bien siempre que podamos; es creer en la fuerza evangelizadora de la oración, de aquellos que rezaron y rezan por nosotros, sabiendo que nuestra oración es siempre escuchada por nuestro Padre Dios; es saberse llamados a dar Vida y a comunicar Esperanza, en medio de la gente con la que convivimos y trabajamos, frente a discursos demagógicos que hablan de miedo, de “cerrazón”, de exclusión, “del sálvese quien pueda” y de esos silencios cómplices, que nada ayudan para levantarse y vivir como auténticos discípulos misioneros; es vivir la fuerza evangelizadora de la presencia al lado de los más pobres y débiles, aun cuando no sepamos qué hacer o cómo ayudar; es salir y visitar a las familias, a los enfermos, a quienes “están tocados” por lo vivido durante este tiempo de confinamiento; es vivir el encuentro con el otro, la palabra y la comunicación verbal como un auténtico sacramento de Dios, que habíamos reemplazado por fríos e impersonales SMS o whasaps; es vivir la acogida como la principal misión de nuestro ser creyente, descubriendo que el Señor se nos hace el encontradizo –cada día- en esos –aparentemente- insignificantes encuentros con los compañeros, amigos y familiares; y es poner el corazón en todo aquello que hacemos y con todos los que Señor quiere que lo llevemos a cabo.
Vivir el “carpe diem” en sentido evangélico, sin pensar en el mañana, nos puede ayudar a acercarnos al Señor, que se nos aparece en la vida de tantos empobrecidos y “descartados”, que nos están reclamando aquello que hemos recibido gratuitamente y que tanto miedo nos provoca el “devolverlo” a sus legítimos destinatarios. No podemos “seguir guardando” lo que hemos recibido como don y gracia, hemos de devolverlo en caricias de amor y de ternura a los favoritos del Padre.
Seamos instrumentos de caridad, del amor sin medida al estilo de Jesús, en este mundo tan necesitado de la referencia de la gratuidad y de la misericordia compasiva del Dios del Amor y de la Vida.