Opinión

José Manuel Murgoitio

El amor, la justicia y la política

12 de enero de 2019

Tal y como está el panorama político actual, puede resultar extraño hablar de política, justicia y amor –caritas- como elementos que acompañen juntos la marcha de la humanidad. Más bien podría pensarse que son, si no antagónicos, al menos extraños compañeros para ese largo viaje.
Sin embargo las enseñanzas de los Papas Benedicto XVI y Francisco han puesto de relieve como estos elementos son cruciales para el auténtico progreso de los pueblos a través de una política al servicio de los derechos humanos y de la paz, al servicio del hombre en definitiva.
Con ocasión de su Mensaje para la celebración de la 52 Jornada Mundial de la Paz del pasado 1 de enero, señalaba el Papa Francisco que “la política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre”, pero advertía igualmente que “cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción”. Es decir, de abuso y de injusticia. Una manifiesta falta de caridad para con los demás y para con la obra que el Creador ha puesto en nuestras manos.
Sin embargo, pese a sus vicios, la política alcanza su expresión más alta cuando esta regida por la caridad, pues en cuanto compromiso por el bien común, “cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana” (Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate n. 7).
Y junto a la caridad, la justicia, que es presupuesto de ésta, y constituye igualmente la medida de una política verdaderamente humana, porque “un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones” (San Agustín, De Civitate Dei, IV, 4, CCL 47, 102). Una justicia que se configura de este modo como “el objeto y, por tanto, la medida intrínseca de toda política” (Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est n. 28). En suma, una política que a través de la acción de los poderes públicos de a cada uno lo suyo, lo que le pertenece según la regla de justicia.
Caridad y justicia se convierten de este modo en los elementos constitutivos de toda acción política que, en su desarrollo, respete la dignidad intrínseca de la persona, mucho más allá de su mera condición de ciudadano. Porque se es persona primero y luego, accidentalmente, ciudadano de un Estado.
Y como el amor siempre será necesario pues “no hay orden social, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor” (Benedicto XVI, Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est n. 28) ya que “no solo de pan vive el hombre” (Mt. 4,4), Francisco hace suyas las “bienaventuranzas del político” propuestas por el cardenal vietnamita Vãn Thu?n, que aúnan caridad y justicia como presupuestos de la acción de toda verdadera política que no se desentienda del hombre y sus necesidades:
Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo

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