Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Educación ecológica

21 de agosto de 2019

“Uno de los medios que está a nuestro alcance es la reducción del derroche de alimentos y de agua; para ello la educación y la sensibilización social es una inversión tanto a corto como a largo plazo; pues las nuevas generaciones pasarán este testigo a las futuras, sabiendo que este drama social no puede ser tolerado por más tiempo” (Francisco, a la FAO. 27 junio 2019). El drama social, que no puede ser tolerado por más tiempo, es el hambre. Sin embargo, según el último informe de la ONU, unos 820 millones de personas han carecido de alimentos suficientes para comer en 2018. El hambre ‘se sigue tolerando’.

El hambre y la pobreza son consecuencia de la injusta distribución de la riqueza, de la falta de solidaridad internacional y del maltrato a la naturaleza, a su explotación puramente rentable que llega a destruir los medios de subsistencia, de trabajo y de vida de muchos pueblos. Una economía basada exclusivamente en el lucro como único fin, que excluye y atropella a los más débiles y a la naturaleza, se constituye en ídolo que siembra destrucción y muerte (Cfr. EG 53-56).

Aunque parezca que no tienen relación el hambre y la ecología, vivir ecológicamente es necesario para ir erradicando el hambre en el mundo. Es uno de los medios imprescindibles. Porque la tierra no es inagotable. Hay que cuidarla y distribuir bien sus frutos. De ahí que sea necesario cultivar “los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios” (LS 210).

Para llegar a ser un ciudadano ecológico (tema de la semana anterior), para sensibilizarnos ante el hambre en el mundo, la educación es imprescindible. Educar ecológicamente en la familia, en la escuela, en la parroquia, en el trabajo, en las relaciones humanas, en toda ocasión. Con actitudes, con ejemplo, con palabras. Esta educación une el compromiso por el cuidado de la tierra al compromiso con y por los pobres, y suscita actitudes de sobriedad y respeto ante todo y ante todos.

La ecología no es solamente un tema y decisión personal, sino que es una realidad que pide una respuesta social. La ecología tiene una dimensión social a la par de su dimensión personal, de cada uno de nosotros en concreto.  La «ecología social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional» (Laudato Si, -LS- 142).

Las políticas y los objetivos internacionales, las leyes de defensa de la naturaleza son instrumentos necesarios para combatir la pobreza y el cambio climático. Pero son poco eficaces si no van acompañados por nuestra conversión moral y el cambio de nuestro corazón. No se pueden reducir a legislaciones, políticas o soluciones meramente científicas, económicas o técnicas. Para alcanzar un buen resultado, cualquier cosa que se haga debe estar alimentada por una “conversión ecológica”. “Dado que es mucho lo que está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a otros” (LS 214)

La ecología integral, como base para la justicia y el desarrollo en el mundo, necesita una nueva solidaridad global. En ella todos y cada uno tenemos un papel que desempeñar, donde aún las acciones pequeñas marcan la diferencia. Al centro de la ecología integral, de la llamada al diálogo y de la nueva solidaridad, está la transformación del corazón humano[1].

La transformación del corazón humano, la conversión ecológica de cada uno… ese es el comienzo de todo. Las leyes, necesarias, no transforman por sí mismas el corazón humano. Corazones humanos convertidos sí dan lugar a leyes respetuosas con la naturaleza y con el derecho de todo ser humano a vivir dignamente.

Esta conversión ecológica comienza en cada uno de nosotros cuando nos aseamos por la mañana usando solo el agua necesaria y termina cuando apagamos la luz para acostarnos. En medio hemos podido realizar mil detalles de consumo controlado y de aprovechamiento equilibrado de todos los recursos que necesitamos o usamos. Así educamos y nos vamos educando a nosotros mismos en una conciencia cada vez más respetuosa con todo lo que usamos y más solidaria con los demás y con la naturaleza.

 

 

[1] Cfr. Card. Peter Turkson. Una visión general de la Encíclica Laudato si’. Su llamado para la ecología integral y la ciudadanía ecológica. Medellín (Colombia) 16 noviembre 2015

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