Se nos llena la boca al hablar de libertad: Vivimos en un país libre, somos una sociedad libre y nosotros mismos, por supuesto, somos libres…
Pero, ¿de qué estamos hablando?, ¿de una vida sin normas ni referentes?, ¿de un actuar según me plazca sin responsabilidad?
Lo primero se llama anarquía, sálvese quien pueda, hacer en cada momento lo que me dicta el instinto y el sentimiento, sin importar su repercusión en el bien común.
Lo segundo se llama libertinaje, en un equivocado entendimiento al considerar que si el acto es libre ya por eso es bueno aunque no se dirija al bien y, por supuesto: a mí que me registren, que yo responsabilidades no quiero…Los cristianos vivimos con referentes, con normas, pocas pero necesarias, y vivimos asumiendo la responsabilidad de nuestros actos.
Y gastamos nuestra libertad en el amor a Dios y a los demás.
Dios nos ha hecho libres porque sin libertad no podríamos amarle.
Nos crea por amor, nos da amor y nos pide amor y eso exige la libertad de la respuesta .
Esa respuesta la tenemos que dar todos sin excepción. El Papa Francisco nos recuerda en su última exhortación apostólica que la santidad está en lo cotidiano, en nuestro quehacer familiar profesional y social y que los laicos estamos llamados a ser tan santos como lo están las personas consagradas a EL.
Y esa libertad la tenemos que ejercitar sin complejos en el ambiente en el que cada uno nos movemos. El testimonio de nuestra vida cristiana, con el ejemplo y la palabra, debe ser algo tan natural como el latir del corazón.
Las estructuras eclesiales, de movimientos y grupos, nos ayudan a vivir la dimensión comunitaria de la fe, pero no privan, sino más bien impulsan a cada uno, a dar un testimonio vivo de fe, allá donde está, sin necesidad de consigna alguna.
Reconocer la libertad para amar a Dios, la libertad para la acción evangelizadora de los laicos en nuestro propio ambiente con fidelidad a la Iglesia, es reconocer la grandeza del hombre.
La verdad no se impone, se propone y cuando conocemos y aceptamos la Verdad con mayúscula que Cristo nos propone, nos adherimos a ella y toda nuestra vida traza un camino, libremente elegido, que se dirige a ese fin.
Pongamos la libertad en el sitio que le corresponde , como arma poderosa que nos impulsa a buscar y hacer el bien y evitar el mal.
Vivamos la verdadera libertad de los hijos de Dios que tanto gusta al Padre y que nada ni nadie, nos podrá arrebatar.