Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo de Pascua
Hoy vuelvo a tomar el café con Jesús. Ya ha pasado el ajetreo de las procesiones y, como cada domingo a esta hora, Jesús tiene el detalle de tomarse un café conmigo mientras deja que le cuente mis dudas y perplejidades sobre el evangelio proclamado en la Misa dominical. El de hoy (Jn 20, 19-31) es el mismo que se escuchó el año pasado en este segundo domingo de Pascua. Mientras que el año pasado me agradó el comprobar que Jesús cumplió la promesa que hizo en la cena de despedida a sus amigos: «volveré a estar con vosotros», hoy me ha sorprendido el cambió que Tomás experimentó al tener delante al Resucitado.
– Dejaste noqueado a Tomás al mostrarle las llagas de tus manos y de tu costado -le he dicho en cuanto hemos podido sentarnos ante las tazas que prometían un café calentito y sabroso-.
– Te habrás dado cuenta de que Tomás no realizó la comprobación que ocho días antes había exigido y, sin embargo, creyó -me ha respondido sonriendo con calma como quien tiene algo más que añadir-.
– Venga, suelta lo que quieres decirme -le he apremiado, dando a entender que me daba cuenta de sus intenciones-.
– Pues algo que todo creyente ha de conseguir: que no sean las comprobaciones, sino los signos y la entrega lo que os lleve a la fe. Si lees los relatos de los cuatro evangelistas sobre mi resurrección, te darás cuenta de que ni ver que el sepulcro estaba vacío, ni caminar juntos más de una hora hacia Emaús, ni plantarme delante de María Magdalena fue suficiente para que me reconocieran; hizo falta el signo que les hizo comprender que tenían delante al que amaban y era el mismo que había sido crucificado. El discípulo joven que llegó corriendo al sepulcro con Pedro creyó al ver el sudario que cubrió mi cadáver perfectamente recogido y doblado, que era un detalle aparentemente sin importancia; los de Emaús, cuando les partí el pan; María, al oír su nombre pronunciado por mis labios a sus espaldas… Durante mi vida pública hice cantidad de signos, que el evangelista Juan narra en su evangelio, pero los que creían saberlo todo y no me amaban fueron incapaces de reconocerme como el enviado; estaban ciegos, pero decían que veían perfectamente y despreciaban a la gente sencilla.
– Te estás quedando conmigo -le he dicho dando un sorbo al café-. Siempre he pensado que fue el haber comido y bebido contigo después de tu resurrección lo que hizo creíble la predicación de los Doce a partir de Pentecostés.
– Sí; pero lo que en realidad hizo creíble su predicación fue la rotundidad de su testimonio y la fuerza del Espíritu Santo -ha vuelto a decirme con calma-. Todo lo demás son señales de que el Padre pasa por vuestras vidas, y hay que tener olfato para percibirlo y humildad para acogerlo. ¿Recuerdas mi oración: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños…»? Vuestra petulancia tiende a ponerle condiciones a Dios, a querer ser como Él. Esta fue y sigue siendo la tentación radical. Por eso añadí: «Dichosos los que crean si haber visto».
– ¿Y es por esto que he oído decir que una de las principales pruebas de la veracidad de los relatos sobre tu resurrección es un detalle tan insignificante como que el venerable sábado de los judíos pronto fuera sustituido por el domingo cristiano? -he soltado espontáneamente-.
– Así es. Resucité el día siguiente a aquel sábado venerable y me aparecí a los discípulos en lo que llamáis domingo o día del Señor; y a Tomás ocho días después, también en domingo. Me entristece que ahora muchos cristianos hagan del domingo sólo un día para la diversión y el deporte… -ha dicho mientras me invitaba al café, porque hoy es domingo.