En septiembre, en el hemisferio norte, parece como si todo comenzara. Celebramos el comienzo del año el 1 de enero. Septiembre es otro comienzo. Este no se celebra. Se acepta con ilusión o con resignación. Comienza un nuevo curso tomando como señal el comienzo del curso escolar.
Todo comienzo nos invita a plantearnos metas, propósitos. Nos invita, pero no nos obliga. En la sociedad en que vivimos y que, entre todos, hacemos, podemos proponernos algún compromiso. Y me ha parecido un estupendo compromiso plantearnos el desperdicio alimentario para vencerlo o no caer en él. Porque el 17% de los alimentos acaba en la basura.
Cada habitante del planeta derrocha al año 74 kilos de comida solo en los hogares, advierte un estudio de Naciones Unidas de 2021. En 2024, porque no nos corregimos, seguro que hemos crecido como desperdiciadores. Para un cristiano no es solo un desperdicio, es un pecado. Como Jesús, estamos llamados a ‘multiplicar’, no a desperdiciar. Desperdiciar es hacer lo contrario que hizo Jesús.
Hago presente este tema con datos que nos ofrecen los Medios de comunicación social. Porque yo, como tú, probablemente desperdiciemos alimentos, pero los datos concretos del desperdicio no los tenemos, no los sabemos. Y necesitamos saberlos para ver si cambiamos.
El 17% de la comida disponible para los consumidores termina en la basura de los hogares, de los comercios, de los restaurantes y de otros servicios de alimentación. En concreto, alrededor de 931 millones de toneladas de alimentos acabaron desperdiciándose en el mundo en 2019, sin contar las pérdidas generadas durante la producción y transporte. Así lo indica un informe de Naciones Unidas (4 marzo 21) que denuncia las implicaciones sociales y medioambientales que tiene este derroche. Mientras se pierden esas cantidades ingentes de alimentos, 690 millones de personas en el mundo (casi el 9% de la población) sufre problemas de hambre.
El estudio analiza el desperdicio en tres campos concretos: los hogares, los servicios de alimentación (como los restaurantes) y el comercio minorista. Y concluye que la principal vía de pérdida se localiza en los hogares, que acumulan el 61% de los 931 millones de toneladas de comida desperdiciada en 2019. Le siguen los restaurantes y otros servicios de alimentación (26%) y el comercio minorista (13%).
Según sus estimaciones, cada habitante del planeta desperdició de media 121 kilos de comida en 2019. Solo en los hogares, la cifra per cápita asciende a 74 kilos de alimentos; en España esa cantidad es algo mayor, 77 kilos, aunque no figura entre los países que más derrochan. Llaman la atención los resultados de otros países, como Estados Unidos, con 59 kilos por habitante al año.
“La generación de desperdicio de alimentos per cápita en los hogares es muy similar entre los diferentes grupos de países en función de sus ingresos, lo que sugiere que el desperdicio de alimentos es igualmente relevante en los países de ingresos altos, medianos altos y medianos bajos”, añade el estudio.
“Si queremos tomarnos en serio la lucha contra el cambio climático, la pérdida de la naturaleza y la biodiversidad, y la contaminación y los residuos, las empresas, los gobiernos y los ciudadanos de todo el mundo tienen que poner de su parte para reducir el desperdicio de alimentos”.
Aunque la ley de desperdicio alimentario no ha entrado todavía en vigor, sí ha hecho ya que exista un mayor interés entre las empresas por este tema. Eso sí, la importancia de sensibilizar a la población sobre el problema y cómo paliarlo, es imprescindible.
En verano, suben las temperaturas. Es lo que ha convertido esta estación en la favorita para las vacaciones y la desconexión. Sin embargo, esas altas temperaturas tienen otros efectos no tan positivos, efectos que la sucesión de olas de calor y el calentamiento global están enquistando y agravando. En verano, también aumenta el desperdicio alimentario. Según estimaciones de Phenix, una compañía especializada en la optimización de excedente alimentario, cada verano se desperdician en España un 30% más de alimentos que en el resto del año.
Productos como la fruta o la verdura están, habitualmente, fuera de zonas de frío. Esto hace que, en verano, su desperdicio se acelere. El tiempo que pasa antes de que se encuentren en una situación no apta para la venta se acorta y su ventana de venta se minimiza. Esto ocurre en líneas generales durante la temporada veraniega, pero el problema se recrudece cuando llegan los días de temperaturas extremas. Las probabilidades de que pasen al cubo de basura escalan. España tiró 2,8 millones de toneladas de comida a la basura en 2023. Frente al desperdicio, la propuesta cristiana: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36).