Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Desigualdad, inequidad

22 de julio de 2020

Ya ‘sabíamos’ todos que en nuestro mundo no solo existe la injusticia sino también la inequidad. Lo ‘sabíamos’. Pero no lo aceptábamos con el corazón porque eso supone que poníamos manos a la obra contra ella. Para que no existiera o para que fuera menguando su mandato y dominio.

La inequidad. Esa desigualdad que está establecida en el mundo entre los diferentes grupos sociales: étnicos, de raza, de género, de estamento social, de situación económica, etc.… Por ejemplo: una persona que nace en un medio, ambiente o lugar de pobreza no va a encontrar las mismas posibilidades y oportunidades que otra que viene al mundo en un ambiente de riqueza. Solo la suerte o una voluntad personal a toda prueba podrán sacarlo, y nunca será seguro, de esa situación de injusticia establecida. La inequidad hace que no todos tengamos las mismas oportunidades para poder tener vivienda, trabajo, educación, salud… Porque la injusticia, la desigualdad, está establecida en el mundo y rige las relaciones sociales, la economía, la política y, como consecuencia, el comportamiento de las personas.

Con las excepciones, gracias a Dios y al buen corazón de muchos, que impulsan a muchas personas, grupos e instituciones a trabajar por la dignificación del mundo: la reducción de la inequidad.

Sabíamos de la inexistencia de la inequidad. Pero, el desafío histórico que estamos viviendo, nos lo ha puesto delante con una claridad insultante, si es que sabemos escucharla o ‘mirarla’ con corazón humano, compasivo y urgido por la justicia.

Todo este me lleva, hoy, a poner un sencillo, y duro, ejemplo de esta inequidad en la que vivimos, a veces tan tranquila y egoístamente. “Cáritas Española avisa: la pobreza se enquista. La pandemia no ha hecho sino sepultar las posibilidades de abandonar el barrio de la exclusión a quienes ya estaban atrapados en él antes de que el coronavirus irrumpiera en sus bolsillos. Es el balance que hace la entidad eclesial después de constatar que sus peticiones de ayuda se han disparado un 77% desde que se decretara el estado de alarma a mediados de marzo” (Vida Nueva, 4-10 julio 2020, pág. 20).

No puede hacer descripción y constatación más clara de la inequidad que nos precede y acompaña en la realidad que vivimos en nuestro mundo. Esa ‘disparada’ petición de ayuda es fruto de la inequidad existente: los que ya estaban atrapados en el barrio de la exclusión (inequidad), siguen en él más atrapados todavía.

Situación que está poniendo en juego lo mejor de muchos: colaboración voluntaria y desinteresada, búsqueda de encuentro y de consenso social, dialogo, reflexión conjunta, solidaridad, denuncia de la situación… También está sacando a flote la falta de conciencia social de quienes solo desean volver a lo de siempre y que con, sus actitudes insolidarias, están contribuyendo al repunte de nuevos brotes de la pandemia.

Y no es lo mismo que la pandemia rebrote por las fiestas insolidarias e irreflexivas de algunos grupos que por la desatención y falta de condiciones sanitarias de, por ejemplo, los sin techo o los trabajadores temporeros. A los que en palabras del obispo de Lérida no podemos “estigmatizar”. “No ha sido el único foco, pero puede que algunos busquen hacerlo culpables (a los temporeros) antes o después, cuando lo único que hacen es trabajar mientras viven en condiciones no demasiado humanas. También se pone la mirada en los agricultores, como si todos los trataran como esclavos. No podemos generalizar ni cosificar ni a unos ni a otros” (Vida Nueva, 18-25 julio 20, pág. 35).

El compromiso sencillo y diario de cada uno de nosotros será nuestra pequeña aportación contra la inequidad que nos domina. Ese compromiso que comienza con un cambio de corazón que es fruto de la contemplación sincera de la inequidad existente para dejar que nazca en nosotros una fuerza interior que nos lleve a colaborar a favor de la equidad que como personas merecemos y necesitamos todos sin excepción. No podemos seguir actualizando la actitud de Poncio Pilato: lavarse las manos permanentemente. O culpabilizando a los que son víctimas y no causas de la inequidad.

Quiero terminar con la frase de un político o política. Sin su nombre ni su partido para que nos detengamos en lo que dice y no en quién lo dice.  “Hoy podemos decir que gracias al esfuerzo colectivo hemos pasado lo más duro. Pero tenemos por delante una tarea ingente, que necesita del concurso de toda la sociedad, del talento de todo el que quiera aportar una propuesta, una solución. En este reto no sobra nadie. Porque todo lo que seamos capaces de hacer ahora, los consensos que logremos forjar, los acuerdos que alumbremos serán los cimientos donde construiremos nuestro futuro como país. Es mucho lo que está en juego. Y por ello es la hora de la política con mayúscula, la que deja atrás las diferencias irreconciliables y los vetos cruzados para servir al interés general. Ojalá sea posible” (La Razón. 21 junio 20). El interés general de España, de los españoles y de todo el mundo. Comenzando por las víctimas de la inequidad.

Ojalá sea posible. Para que la crispación, el enfrentamiento, la confrontación entre políticos y también entre nosotros, a pie de calle, dé paso a la coincidencia de objetivos imprescindibles para que la inequidad pierda terreno. Sin esperanza hecha compromiso sencillo y humilde por nuestra parte, no será posible. Y, si se unen los fuertes de este mundo que viven muy a gusto en la inequidad, mucho mejor. Pero alguien tiene que comenzar y siempre se comienza desde abajo.

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