Lo primero que uno aprende cuando llega a Japón es que hay que “descalzarse”, quitarse los zapatos para entrar en cada casa japonesa. Detrás de esta bella costumbre puede haber un cultivo del sentido de la limpieza, del sentido de la comodidad, o incluso, un descubrir la casa como espacio sagrado de intimidad. Conforme va pasando el tiempo, tras 4 años continuos viviendo en tierras niponas, reconozco que es una experiencia que me está marcando profundamente como misionero.
Para mi este “descalzarse” tiene una hondura y significación especial y espiritual. “Descalzarse” significa no solo quitarse los zapatos, sino también ideas preconcebidas acerca de Japón y la misión, ideas preestablecidas sobre como evangelizar; significa quitarse cantidad de prejuicios acumulados en nuestra historia personal, soltar formas de expresión “muy nuestras” en las relaciones interpersonales y formas de acercamiento al tú, desapropiarse de tantas cosas, ideas, que llevamos incorporadas en la “mochila de la vida”…
Todo esto, para aprender a mirar sin prejuicios, aprender a vivir con desnudez y aprender a mirar desde otra perspectiva.
Si hay algo que uno aprende en Japón es la importancia de “descalzarse de lo propio” para recibir lo diferente, lo incomprensible del otro, la novedad que el otro puede regalarte…pero para ello debemos reconocer con Paul Ricoeur que “no podemos saltar nuestra propia sombra”. Somos hijos de nuestra historia. Somos lo que somos, hijos de nuestra cultura.
Hay una anécdota vivida antes de llegar a Japón que la recuerdo con cierta ironía, y me hace sonreír. Tras acabar el curso de preparación para la Misión realizado en Madrid durante 6 meses, empecé el discernimiento con el IEME para la elección de destino. En cuanto supe que Japón era el lugar de mi futura misión, rápidamente mande correos a los compañeros para saludarles y pedirles que me recomendaran alguna bibliografía para introducirme en la cultura japonesa. Todo el mundo, amablemente, me contesto, excepto un compañero que me dijo lo siguiente: “no te recomiendo ningún libro, porque cuantos más libros leas, más te costara liberarte de prejuicios para empaparte de Japón”. Reconozco que me hizo pensar, y esta frase ha ido acompañando mis pasos desde el principio en mi forma de situarme en Japón.
Japón te enseña a vaciarte, a “descalzarte”…un cristianismo que no se descalce en Asia, quizás no puede penetrar en el misterio de su cultura, su sensibilidad y su fe, y por lo tanto, no puede enraizarse. Es muy curioso, que aunque Jesús de Nazaret nació en Asia Menor y por lo tanto es asiático, la mayoría de los japoneses perciben el cristianismo como una religión extranjera ¿Qué nos dice esto de nuestra forma de evangelizar y presentar a Jesús?
Mirando la situación sociopolítica de España, me pregunto si tantos prejuicios históricos acumulados nos están impidiendo dialogar de tú a tú, sin absolutizar nuestras posturas, teniendo la humildad de dejar de lado prejuicios para poder escuchar y acercarse a la postura del otro. Un gran profesor de Historia de la Iglesia que tuve en el Seminario, solía decir en clase: “El siglo de las luces acabo oscureciendo la razón del hombre”. Y es que a veces, la mejor manera de no escuchar al otro ni ponerte en su lugar es tener la razón. Tener la razón puede llegar a ser la mejor manera de defenderse y distanciarse del otro. Por eso, como diría sonriendo Jesús de Nazaret: descálzate de tus prejuicios, y descubre que la última palabra no está en tener razón, sino en amar más y mejor.