Me gustaría compartir brevemente cinco retos que, cada día con más fuerza, percibo para la misión en el continente asiático.
a) EL RETO DEL PLURALISMO RELIGIOSO
Asia, siempre en busca de armonía, es un hervidero de tensiones. Siempre, y más quizás ahora, es necesario el diálogo, el respeto, el acercamiento al otro en busca de convivencia y colaboración. Desde esta realidad y desde el convencimiento de que el Espíritu de Dios actúa en la vida y en la vida de todos los hombres y en sus culturas y religiones, va naciendo en Asia un estilo propio de evangelización, con su acento en el testimonio, dialogante, gozoso de haber encontrado en Cristo el rostro de Dios y dichoso en compartirlo.
b) CONTRARRESTAR LA HERENCIA NEGATIVA COLONIAL
Tenemos que contrarrestar la herencia negativa que han dejado en la conciencia de los asiáticos las conquistas coloniales que desde el siglo XVI sirvieron de marco a la evangelización. Pesa el hecho de que el cristianismo entrara y continuara, en casi todas las naciones de Asia, durante más de cuatro siglos, al amparo de conquistadores y colonizadores occidentales. Pesa, también, la poca consideración y hasta hostilidad que mostraron no pocos cristianos hacia símbolos y doctrinas de unas religiones tan queridas para los asiáticos.
c) EL RETO DE INCULTURAR EL CRISTIANISMO EN LAS DIVERSAS CULTURAS ASIÁTICAS
Este desafío va unido íntimamente al anterior. Si no se va superando la percepción de que el cristianismo es en Asia un producto de importación extranjera, poco futuro cabe augurarle en ese continente. Ni es casualidad que la palabra “inculturación” resonase en Roma por vez primera en labios de un misionero de Asia, Pedro Arrupe, en el Sínodo de 1977.
Si inculturación es el encuentro profundo y mutuamente enriquecedor del evangelio con otra cultura, es claro que se trata de una tarea ingente y siempre inacabada, casi un sueño que empieza a dar pasos. Pero es también claro (los obispos de Asia lo saben bien) que sólo dejando de ser occidental llegará la Iglesia de Asia a ser auténtica.
d) EL DESAFÍO DE UNA VIDA CONTEMPLATIVA, ENRAIZADA EN LA EXPERIENCIA DE DIOS
Mientras Asia es tierra de contemplación, ascetismo y profunda espiritualidad, pocos son los asiáticos que ven a los cristianos como hombres y mujeres de Dios. Aparecemos ante ellos como excesivamente activistas. “Hay en el alma asiática una intuición espiritual innata y una sabiduría moral típica que se manifiesta en su tendencia a la complementariedad y la armonía y no a la contraposición y confrontación…” (Ecclesia in Asia 20).
e) EL RETO DE TESTIMONIAR A CRISTO CON LA VIDA
El cristianismo en Asia, para abrirse paso, necesita hacerse visible en frutos de misericordia y reconciliación, en frutos que infundan alegría y esperanza que nos trae el encuentro con Cristo. O dicho con palabras de la 7ª Asamblea de la FABC (2000), lo importante es “proclamar a Cristo… con obras de amor y solidaridad humana, mediante el testimonio”. “Tarea prioritaria de la misión de la Iglesia es siempre anunciar a Cristo” (NMI 56). Y nosotros los cristianos no tenemos tesoro mejor que compartir ni encuentro que nos produzca tanta alegría ni experiencia que nos dé tanta fuerza y esperanza. Esta es nuestra fe, pero ésta es también una constatación continua cuando se acompaña a personas que se van acercando a Él y van quedando cautivadas por Él. “Proclamar” a Cristo es nuestra misión, pero la primera y más fundamental lección de la proclamación cristiana es que “la palabra sin obras es palabra vacía y las obras sin la palabra resultan ambiguas”. El mayor don que los cristianos podemos ofrecer a Asia es Jesucristo. Para hacerlo, los cristianos hemos de parecernos a Él, haciendo una misión de diálogo, sin ninguna pretensión de superioridad ni triunfalismo, encarnando a Cristo en las culturas asiáticas.