Opinión

Pedro Escartín

Deja la higuera un año más

19 de marzo de 2022

Un café con Jesús Flash sobre el Evangelio del III Domingo de Cuaresma

Por dos veces repite Jesús, en el evangelio de hoy (Lc 13, 1-9), una advertencia sobre la suerte que espera a los que no se convierten. Al oír la proclamación de estas palabras, me ha asaltado un cierto malestar; la amenaza no se compagina con el estilo de Jesús y en esta ocasión parece que predominó la amenaza, al menos en la primera parte del episodio que narra el evangelista. No sé cómo decírselo o qué me responderá, pero decido echarme a la piscina…

– Hoy me he sentido incómodo al oír lo que dijiste a los que vinieron a contarte lo que había ocurrido con un grupo de galileos revoltosos; Flavio Josefo, historiador contemporáneo tuyo, cuenta que Pilato, que no se andaba con remilgos, mezcló la sangre de estos galileos con la de los sacrificios que ofrecían -he soltado atropelladamente en cuanto nos hemos acomodado-.

– ¿Qué es lo que no te gusta de lo que dije? -me ha respondido tratando de serenarme-.

– Pues que no criticases la crueldad de Pilato y, en cambio, amenazases a los que te contaron lo que había ocurrido.

– ¿No pretenderás dictarme el guion de mi Evangelio? -ha continuado sonriendo-. ¿No te das cuenta que de nada servía criticar a quien no tenía delante? En cambio, sí que había allí muchos que seguían pensando que, cuando alguien sufre una desgracia, es porque ha hecho algo malo, sin percatarse de que vuestra existencia es frágil y en cualquier momento puede verse truncada, como les ocurrió a los galileos que Pilato masacró o a los que murieron aplastados cuando se derrumbó la torre de Siloé. No amenacé a nadie, sino que invité a todos a arrepentirse y a cambiar de vida.

– Pues todavía hay quienes se encaran con Dios, cuando les sobreviene una desgracia, y le dicen ¿qué he hecho para merecer esto? -he añadido apuntalando las palabras de Jesús y he tomado un sorbo del café que aguardaba sobre la mesa-.

– Ya sé que todavía hay quienes piensan como aquellos contemporáneos míos; pero el Padre no se comporta así. Él hace salir su sol cada día sobre buenos y malos, y deja que llueva sobre justos e injustos, esperando, con una paciencia infinita, que se conviertan -ha dicho dando un suspiro, después de apurar su taza de café-.

– Supongo que este modo de actuar del Padre tiene que ver con lo que hablábamos el domingo pasado sobre la libertad -he añadido abriendo mis ojos que traslucían ingenuidad-.

– Por supuesto -me ha dicho apoyando su mano en mi brazo como para hacerme una confidencia-. ¿Recuerdas que, después de advertirles lo urgente que es convertirse y cambiar de vida, les propuse la parábola de la higuera plantada en la viña?

– Sí; una parábola muy hermosa, sobre todo por la actitud del viñador que quiere salvar la higuera y se empeña en hacer todo lo que está en su mano para que dé fruto -he comentado a media voz para mis adentros-…

– Efectivamente -ha continuado con ganas de completar su enseñanza-. Tres años sin dar fruto era mucho tiempo ocupando el terreno en balde, pero aún se le podía dar una última oportunidad; por eso me ofrecí a cuidarla con esmero un año más, a ver si daba fruto…

 – La verdad es que estaba equivocado al sentirme incómodo por tus palabras en este Evangelio: no eran de amenaza, sino de misericordia -he concluido iniciando la retirada-. Pero, al pedir la cuenta, el camarero, haciendo un gesto con los ojos hacia un chaval con pintas postmodernas que alcanzaba la puerta, me ha dicho que ya estaba pagado.

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