Sí, el Evangelio lo hace. Porque Jesús lo hace. Esa fue su misión: darle la vuelta a la tortilla del mundo. Y esa es la obra del Espíritu ahora y siempre. Porque tal es el sueño de Dios, en eso consiste su Reino.
Jesús lo hace de manera total, sin miramientos, sin componendas, sin medias tintas, con obras y palabras. Obras que anteceden y acompañan a las palabras. De lo contrario, no se da la vuelta a la tortilla. Solo las palabras (único medio que muchos utilizamos), no lo consiguen. Las obras sí ayudan, pero es la acción que menos ejercemos. Al menos, en sentido general.
Dar la vuelta a la tortilla, sin violencia ni rencor ni intereses egoístas, significa cambiar la situación de las cosas, cambiar una situación por la contraria. Porque la contraria pensamos que es la buena. Cuando las cosas no van como nos gustaría que fueran, cuando queremos cambiar la situación actual, es tiempo de exclamar que hay que dar la vuelta a la tortilla. Que no consiste en poner arriba lo que estaba abajo y abajo lo que estaba arriba. Así todo cambia sin que nada cambie. Todo sigue igual: sigue habiendo unos arriba y otros abajo. Hay otra finalidad para dar la vuelta a la tortilla. Veamos.
El poder oprime y tiraniza, “no será así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor… Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,43.45).
Frente a toda discriminación o prepotencia, “todos vosotros sois hermanos… El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,8.11).
“Por el contrario: amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada… y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los malvados y desagradecidos”(Lc 6,35).
Lavar los pies. “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros… Lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis…” (Jn 13,14.15). Y así, sin exagerar, en cada página del Evangelio y en cada actitud de Jesús.
¿No es esto dar la vuelta a la tortilla al espíritu del mundo? ¿Estamos ‘en ello’ los cristianos que nos decimos ‘seguidores de Jesús’: laicos, curas, religiosos y religiosas, obispos? ¿Es ese el rostro que ofrecemos al mundo la Iglesia y cada uno de sus miembros? Una manera de ser y actuar opuesta, absolutamente distinta: el poder no abajo sino sustituido, porque ‘el poder’ para Jesús es el servicio, la gratuidad, la entrega.
Hay actitudes que nunca harán nada por dar esa vuelta tan necesaria a la tortilla de la Iglesia. La rutina, el fundamentalismo, la imposición y, sobre todo, el clericalismo de los curas que lo hemos pegado también a más de un laico, no cambiarán nunca nada. Ni el ‘aquí mando yo’, ni ‘lo que usted diga, señor cura’, ayudarán nunca a ese cambio inexcusable y urgente. Clericalismo: convertir el servicio en ‘poder’. Justo al revés de Jesús.
Ahí van unas pequeñas ‘perlas’: “El clericalismo se pone en el lugar de Jesús. Dice: “No, esto debe ser así, así y así” – “Pero el Maestro…” – “Deja tranquilo al Maestro: esto es así, así y así, y si no lo haces así, así y así no puedes entrar”. Un clericalismo que quita la libertad de la fe de los creyentes. Es una enfermedad fea, en la Iglesia: la actitud clerical”.[1]
“Cercanía a Dios, cercanía al obispo, cercanía al presbiterio, entre vosotros, y cercanía al pueblo de Dios. Si falta una de ellas, el sacerdote no funciona y se deslizará lentamente en la perversión del clericalismo o en actitudes de rigidez. Donde hay clericalismo hay corrupción, y donde hay rigidez, bajo la rigidez, hay problemas graves”.[2]
“El clericalismo es una verdadera perversión en la Iglesia… el clericalismo pretende que el pastor esté siempre delante… es justo lo opuesto a lo que hizo Jesús. El clericalismo condena, separa, frustra, desprecia al pueblo de Dios”.[3] Y así, una y otra vez.
Si seguimos el criterio de Jesús, en la Iglesia no hay lugar para el poder económico, ni para el poder social, ni para el espiritual, que puede ser el peor de todos, porque intenta dominar la conciencia del otro. Ni hay lugar para el carrerismo presbiteral que rompe la fraternidad sacerdotal y llega a ‘la pobreza’ de expresarlo en concelebraciones de la Eucaristía con presbíteros concelebrantes de distinto ‘escalafón’, aunque no sea más que por el vestido litúrgico. Tampoco para el apego de tantos cristianos a los ‘grandes’ en economía, política, influencias…
A dar esa vuelta de la que hablamos, nos puede ayudar el Sínodo sobre la ‘sinodalidad’ para que el ‘caminar juntos’ sea una realidad en la Iglesia del servicio y no del poder. Una Iglesia que quiere parecerse a Jesús o una Iglesia que se deja contaminar por el mundo. Eso es dar la vuelta. Aunque ojalá no fuera necesaria porque, siguiendo a Jesús, estamos en una Iglesia del servicio y de la fraternidad. Imperfecta siempre nuestra Iglesia, todos en ella estamos siempre convocados y urgidos a su conversión, a dar la vuelta a la tortilla tentadora del poder.
“La iglesia va a hacerse un chequeo a sí misma, escuchando también a quienes no se sienten parte de ella, para evaluar hasta qué punto somos o no sinodales; es decir, para valorar si estamos caminando juntos, trabajando juntos, decidiendo juntos, celebrando juntos y revisando juntos”. (José A. Satué, obispo de Teruel y Albarracín)
“Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamarse así: «El que Sirve». Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?” (Gabriela Mistral)
[1] FRANCISCO. Homilía en Santa Marta. 5 mayo 2020.
[2] A la comunidad del pontificio seminario regional Flaminio «Benedicto XV» de Bolonia. 9 dic 2019
[3] Encuentro con los jesuitas de Mozambique y Madagascar. 5 sept 2019.