“Os invito a cultivar un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se limite solo a las palabras” (Francisco a las Asociaciones Cristianas de Trabajadores Italianos -ACLI-. 1 junio 2024).
Una precisa -creo- definición de la esperanza: “cultivar un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se limite solo a las palabras”.
Con estas palabras terminaba mi artículo de la semana pasada: “ESPERANZA: RESISTIR Y CREAR”.
“En épocas anteriores, la Iglesia podía predicar que, para hallar a Cristo, toda persona ha de empezar por tomar conciencia de su condición de pecador, como hacen el publicano y la prostituta. En nuestro tiempo, por el contrario, se debe más bien afirmar que, para hallar a Cristo, toda persona debe primero tratar de volverse justa, como aquellos (cristianos y no cristianos) que luchan y sufren a causa de la justicia, la verdad y la humanidad”[1]
Esto es cultivar la esperanza, hacerla crecer: luchar y sufrir a causa de la justicia, la verdad y la humanidad. Si no se compromete en este objetivo, deja de ser esperanza. Será otra cosa: espiritualismo, palabras-palabras-palabras…
En el interior de la esperanza viven la profecía, lo curativo, el ánimo, el canto, la organización. “Si calla lo profético, los pueblos quedan sin vigías; si calla lo cantor, quedan sin motivación; si decae lo curativo, llegan los cansancios; si falta lo organizativo, se impide caminar juntos”.[2]
Son testimonios que ofrezco hoy para el ‘cultivo’ de la esperanza que “resiste y crea”. La esperanza solo existe si resiste a lo negativo y crea positivo. Aunque sea pequeño.
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza, inmortal.
(Charles Peguy, el gran poeta de la esperanza)
“Si algo caracteriza la espiritualidad cristiana, especialmente en este tiempo… es la esperanza. Esta no es una esperanza que solo mira hacia el cielo, desentendiéndose de la tierra; más bien, es una esperanza que se arraiga y florece incluso en el suelo más árido. Ante la multiplicidad de propuestas espirituales que encontramos hoy en día, muchas de las cuales se centran en un enfoque más introspectivo o individualista, la esperanza cristiana se encarna y actúa en el mundo. No se conforma con una contemplación pasiva; se viste de faena y se remanga para enfrentar con valentía las realidades adversas y oscuras de nuestro tiempo. La esperanza cristiana tampoco huye, ni se rinde, ni se intimida. Reconoce en los desafíos una llamada a ser como el Resucitado, cada día más auténticos y compasivos, más hijos y más hermanos. Esta esperanza no solo se opone al mal, sino que, además, tiene la capacidad de transformarlo. Vence al mal del individualismo promoviendo la comunidad y la fraternidad; al autoritarismo, fomentando la dignidad y la libertad de cada persona: al subjetivismo y relativismo, afirmando verdades eternas; al tradicionalismo que se aferra ciegamente al pasado, ofreciendo una fe viva que dialoga con el presente; al sincretismo, manteniendo la integridad de la fe sin comprometer su esencia; y al hedonismo, destacando la belleza de una vida dedicada al servicio… La esperanza cristiana nos impulsa a ser, más que nunca, luz en las tinieblas, sal en la tierra y levadura en la masa. Celebramos una esperanza que se vive y se renueva cada día, que mira hacia el horizonte, anhelando y construyendo un mañana mejor. Esta es la espiritualidad cristiana: vivir en la verdad, en el amor y en la libertad que nos ofrece la esperanza de la resurrección”.[3]
[1] Ch. Marsh. Extraña gloria. Vida de Dietrich Bonhoeffer. Editorial Trotta. Madrid 2018, p. 410.
[2] Ibidem.
[3] LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA. Inés Fernández de Gamboa Ligués. VI Premio de Ensayo Teológico Joven PPC