Opinión

Francisco José Pérez

Cuidarnos de los falsos profetas

16 de diciembre de 2018

Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos. Y, al crecer la maldad, se enfriará el amor de muchos. Mt 24, 11-12

En un contexto en el que se anuncia la destrucción del templo, acompañada de otras catástrofes, Jesús previene contra la aparición de falsos profetas que enfriaran el amor de muchos.

Hoy, en un contexto de profunda crisis de civilización, también deberíamos prestar atención a la aparición de falsos profetas que enfrían el amor, recurriendo para lograrlo a la manipulación de los instintos básicos como miedo y la inseguridad, al tiempo que fomentan actitudes como el egoísmo y el odio. Se práctica una política del miedo y una economía del miedo, así se nos quiere amedrentar con la prima de riesgo, la caída de las bolsas, la deuda pública, la falta de beneficios de la banca… en suma, con la idea de que si los ricos no gana para ser cada vez más ricos  caerán sobre nosotros grandes catástrofes. También se alienta el miedo a intentar alternativas al sistema, pues se dice que nos llevarían al tercermundismo; miedo al “otro”, los emigrantes, refugiados, sin papeles… acusándoles de venir a disputarnos los pocos empleos, los servicios públicos, los servicios sociales…

Tengo en mente el resurgir de los nuevos totalitarismos que recorren Europa y que comienzan a emerger en nuestro país, y que de forma más o menos explícita niegan los derechos y la dignidad de las personas, despertando el odio hacia los emigrantes, apostando por mantener indefinidamente la subordinación de la mujer, negando incluso la violencia ejercida contra ellas, aferrándose a nacionalismos estrechos de miras que, en medio de un mundo globalizado, niega su dignidad a muchas personas y pueblos…

Y, desde el punto de vista de la fe cristiana, no puede ser considera una opción más en el “mercado de las ofertas ideológicas, pues contravienen principios básicos y fundamentales.

Chocan con el mandamiento nuevo o mandamiento del amor: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado: amaos así unos a otros. En eso conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13, 34-35).   No habla de un amor restringido a un grupo, pueblo, raza, nación… Habla de un amor universal, pues todas las personas somos hijas de Dios, sin excepción alguna.

Colisionan con la práctica de Jesús que, frente a la lógica mercantilista y posibilitas de los discípulos, aplica esa lógica del amor: “Al atardecer los discípulos fueron a decirle: —El lugar es despoblado y ya es tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas a comprar algo de comer. [Jesús] les respondió: —No hace falta que vayan; dadles vosotros de comer. Respondieron: —Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados. Él les dijo: —Traédmelos. Después mandó a la multitud sentarse en la hierba, tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; ellos se lo dieron a la multitud”. (Mt 14, 15-20)

Jesús no dice, los panes y los peces para nosotros primeros, primero los españoles y que los extranjeros se vayan a sus países… Tampoco confía en el mercado y su lógica, pone su acento en compartir lo que se tiene, en la lógica de la solidaridad. Ese es el auténtico realismo, poner en el centro de nuestras decisiones el amor que Dios nos ha regalado y que nos invita.

No puede llamarse cristiana o cristiano quien reconoce a Dios, que no ve, como Padre, pero no acepta que las demás personas, a las que sí ve, también son hijas de Dios y, en consecuencia, hermanas nuestras. Por tanto estamos llamados a vivir la fraternidad universal, sin exclusiones.

Y, aún queda la prueba del algodón, el juicio de las naciones, dónde Jesús señala claramente el criterio de verdad, que nos permite juzgar nuestras actitudes y también las ideologías: “… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme…” (Mt 25, 35-36). No habla de cupos legales de inmigrantes, de si tienen papeles o no, no distingue si los pobres, los encarcelados… son nacionales o extranjeros…

El fantasma del miedo, alentado por falsos profetas, recorre nuestro mundo; y muchas personas son incitadas a poner su confianza en otros dioses que non el Dios cristiano; en dioses que exigen sacrificios para los más pobres y, en consecuencia son ídolos que cuya ley el odio y el miedo.

Tal vez sea tiempo de recordar al profeta Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. (Is, 40, 1). No es tiempo de reproches y condenas de quienes caen en las redes de esos falsos profetas. Son tiempos de compasión, de sanación… que nos permita curar nuestras cegueras, perder el miedo a la libertad y poner nuestra confianza en el Dios Amor.

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