Opinión

Raúl Gavín

¿Triste Cuaresma?

1 de marzo de 2018

Hace algunos días, el papa Francisco comentaba en el Ángelus que “la Cuaresma es un tiempo de penitencia pero, no es triste”. Partiendo de esta observación, pensaba: ¿cómo va a ser triste respirar? ¿Cómo va a ser triste sentirse libre? ¿Cómo va a ser triste amar? Porque la Iglesia, a través de la oración, el ayuno y la limosna, me invita precisamente a eso: a respirar, a sentirme libre en mi interior y, en definitiva, a amar.

Recuerdo a una tía que, durante toda su vida, padeció problemas respiratorios. Solía pasar largas temporadas en el sanatorio de Agramonte, en las faldas del Moncayo. Cada año, su precaria salud le obligaba a retirarse un tiempo a este lugar en el que recuperaba su vigor respirando un aire no contaminado, diferente al de la ciudad.

Al evocar aquellos lejanos recuerdos, medité por unos momentos que, al igual que nuestro cuerpo necesita ventilarse adecuadamente, respirar profundo y llenar los pulmones de aire puro para seguir viviendo, asimismo, nuestra alma precisa de atentos cuidados para no agonizar, para continuar respirando. Por ello, nuestra Madre la Iglesia nos propone la oración como respiración para el alma, como medicina ante nuestra angustia, como remedio que limpia nuestro corazón contaminado por nuestras miserias cotidianas.

¿Cómo no alegrarme entonces cuando se me invita a respirar aire limpio y así vivificar mi alma maltrecha? Alguno pensará que invitar a la oración no es triste, pero el llamamiento a la penitencia sí puede parecer incompatible con una apelación a la alegría.

Lo cierto es que para nuestra sociedad, que tiene como Dios la comodidad, palabras como ayuno, sacrificio, mortificación o penitencia, resultan un auténtico escándalo. Sin embargo, estos vocablos, supuestamente trasnochados, constituyen una bocanada de autenticidad para esta generación que, creyendo ser libre, camina, sin saberlo, hacia donde no quiere, siendo esclava de sus pasiones.

El príncipe de este mundo nos ha convencido de que nuestra libertad la alcanzamos de balde; sin embargo, la Iglesia me recuerda que la verdadera libertad es aquella que rescata mi corazón de ataduras, de adicciones y de apegos. Y alcanzarla, por supuesto, no es posible sin ejercitar la renuncia propia. Ser libres sin pagar un precio no es posible. Y ese precio se llama sacrificio, penitencia, mortificación o ayuno. Jesús me quiere libre porque Él ha muerto por mí precisamente para eso,  para que no viva ya más para mí mismo sino para aquel que murió y resucitó por mí (2Cor. 5,15); para que, como ocurrió con el pueblo de Israel, abandone la esclavitud de Egipto y, pasando por en medio del Mar Rojo, alcance la auténtica libertad que significa estar con Cristo.

¿Cómo no alegrarme entonces cuando la Iglesia me propone en esta Cuaresma que abandone la esclavitud de Egipto y me ponga en camino hacia la felicidad, hacia la libertad?

Por último, ¿dar limosna provoca alegría? Cuando se me invita a “rascarme” el bolsillo yo, al menos, no me pongo excesivamente contento; más bien, me ocurre lo contrario. Entonces, ¿por qué será que la Iglesia me propone precisamente el desprendimiento de mis bienes? A propósito, reflexionaba estos últimos días y recordaba cuando llega el cumpleaños de mi esposa o de alguno de mis 9 hijos y planeo comprar algún regalo que les haga felices en un día tan señalado para ellos. Cuando, una vez elegido el regalo, pago el importe correspondiente, no siento dolor en mi corazón por haberme desprendido del dinero, porque pienso en la alegría de quien lo va a recibir. Y no siento ningún malestar al vaciar mis bolsillos porque aquella acción la he realizado con todo el amor del mundo.

Así entiendo yo la alegría en la limosna, el ejercicio de la caridad. De la misma manera que el amor hacia mi esposa o mis hijos no puede ser teórico, sino que habrá de traducirse en cosas prácticas; así también, si Cristo, verdaderamente, es el amor de mi vida, ese amor tendrá que traducirse en obras de misericordia.

¿Cómo no alegrarme entonces de la invitación que me propone la Iglesia para descentrarme de mí mismo, de mis seguridades, para cambiar mi centro de gravedad y aparcar mi egocentrismo descubriendo a Cristo en el prójimo?

¡Cuaresma “pa gozar”! ¡Alegría en Cuaresma! ¡Claro que sí! Pero no como pintan esta alegría los falsos profetas de esta generación, sino como la describía la inolvidable Santa Teresa de Calcuta: “La alegría es oración, la señal de nuestra generosidad, de nuestro desprendimiento y de nuestra unión interior con Dios».

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