El título no es mío. El desarrollo de este artículo, a lo mejor, tampoco lo es. Pertenece a un artículo de Carmen Posadas en XLSemanal, nº 1880, 5-11 noviembre 2023. Pág. 40. Dice la buena de Carmen: “Y como no me da la gana comulgar con sus ruedas de molino y como tampoco pienso hacer o pensar lo que me dicen, aquí me tienen […] feliz de hacerlo, además, porque ahora sé que hay por ahí multitud de otros náufragos de la corrección política que también practican la más vieja, compasiva y ahora revolucionaria y subversiva de todas las creencias: el sentido común”. Así termina su artículo.
Antes había escrito: “Lo que más resaltan de ellos (sus artículos) los lectores es un rasgo al que en otras épocas de mi vida ni siquiera le habría dado mucho valor: el sentido común”.
Y define el sentido común: “Al fin y al cabo, ¿qué es el sentido común? Algo muy de andar por casa. No requiere inteligencia ni perspicacia, tampoco talento, no tiene brillo ni relumbrón, es pequeño, doméstico, obvio, palmario. Y, sin embargo, me da la impresión de que de un tiempo a esta parte el sentido común ha empezado a convertirse en algo subversivo. También contracultural y revolucionario, si me apuran. La corrección política nos ha amordazado de tal modo que nadie se atreve a opinar nada que quebrante sus estrictas y paralizantes Tablas de la Ley”.
Cuando el sentido común se ha perdido, ocupan su lugar la falsa libertad, el capricho -lo que me da la gana-, el olvido de los desfavorecidos -de los pobres-, el partidismo excluyente, la irreflexión, el no a todo lo que suene distinto a ‘mi verdad’ por mucha verdad que contenga el otro: sin el sentido común. la oposición por oposición se convierte en arma fundamental de debate; debate que, a la vez, se convierte en rechazo sistemático de la opinión del otro o en insulto personal… De modo especial en debates políticos. También entre distintas opciones religiosas.
Entonces. el sentido común no puede ser sino subversivo. Porque se opone al pensamiento único de lo ‘políticamente correcto’, a la mentira que se vende como verdad, a la simulación, a la hipocresía religiosa y de cualquier clase, al interior sin corazón, a la palabra falsamente complaciente, a los halagos interesados y falsos, al chaqueteo ante cualquier superior o jefe, incluso ante el que se cree superior o jefe.
El sentido común puede realizar cosas y crear situaciones sorprendentes. Permite pensar distinto y sentirse unidos. Facilita razonar distinto y respetarse como personas iguales. Permite el enriquecimiento mutuo en un diálogo constructivo y, sobre todo, fraternal. Realiza el milagro de enriquecer la unidad con la diversidad y la diversidad con la unidad. El sentido común crea armonía: abre muchas posibilidades que, sin él, sería imposible hasta poder descubrirlas y, mucho menos, llevarlas a la práctica. El sentido común nos ayuda a distinguir lo que tiene ‘sabiduría’ de lo que transmiten voces superficiales, por ejemplo, en las redes sociales.
El sentido común que nace de la fe -el sentido común creyente- también es algo que existe en muchos cristianos, gracias a Dios. El sentido común creyente distingue perfectamente entre lo esencial y lo no esencial -o menos esencial- de la fe.
El sentido común creyente -el Pueblo Santo de Dios que es infalible ‘in credendo’, en la fe, como gusta repetir el Papa Francisco- es de todo el Pueblo de Dios, no las opiniones personales o de grupos ideológicos que piensan que ellos son el Pueblo de Dios. Todos somos el Pueblo de Dios porque todos hemos recibido el Bautismo. Todos somos iguales por ese don del Padre: el Obispo de Roma, los obispos, los presbíteros, los diáconos, los religiosos y religiosas, los laicos… Puede hacerse la lista también al revés y sería igualmente correcta porque el Bautismo nos hace a todos iguales y miembros del Pueblo de Dios. Solo el ministerio o la vocación específica nos hace diversos, pero no diferentes. La diversidad convertida en armonía nos hace Pueblo de Dios… a todos, todos, todos (como dice alguien muy conocido).
El sentido común creyente también es subversivo para aquellos que creen y a quienes les gustan las diferencias, es decir, el ‘carrerismo’ (otra palabrita muy usada por ese muy conocido).
Solo desde el sentido común creyente se pueden entender, acoger y vivir estas palabras del ‘muy conocido por todos’: la gran obra del Espíritu “no es la unidad, sino la armonía. Él nos une en la armonía de todas las diferencias y que no es síntesis, sino un vínculo de comunión entre partes desiguales”.
Porque “todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Y eso no cambia nunca por nada. Porque es de sentido común cristiano ‘muy subversivo’.