Opinión

José Luis Lázaro

«Chicken» bus

22 de mayo de 2019

Comenzábamos la semana con el primer encuentro de Presbiterio de este año, en el Seminario Menor en Dete. Dos días de formación, encuentro y revisión del trabajo pastoral de todos los sacerdotes que estamos trabajando en la diócesis de Hwange. Al término del mismo, decidí ir a Hwange para comentar algunas cuestiones de índole pastoral con el Obispo y, conseguir algo de dinero en efectivo en el banco, asunto este, que se está convirtiendo en un serio problema para las gentes de nuestro país…

Mis compañeros sacerdotes con los que vivo (Fr. Chipangura y Fr. Lumano) habían marchado el día anterior, con el coche, para un encuentro y una celebración en la misión, respectivamente.

Así pues, no quedaba otra que tratar de conseguir un «lift» («un viaje», en cualquier tipo de vehículo) hasta el cruce de Jotsholo y allí esperar a otro transporte, para tratar de llegar a Dandanda. La distancia de Hwange a Dandanda es de 230 km. Allí estaba yo, a las 8:00 am, a la salida de Hwange, tratando de parar un coche, camión o autobús. La espera no fue larga, solamente 1 hora, y pude subirme en un autobús que venía de Victoria Falls dirección Bulawayo. Un autobús «europeo», con su pequeña pantalla de TV, emitiendo videos musicales de Zimbabue y todos los pasajeros bien concentrados en su teléfono móvil tratando de enviar y recibir whatsapps. El silencio era absoluto en el interior del autobús, únicamente roto por las canciones que se emitían en la TV y, que provocaban, que alguna cabeza se alzara, dejando a medio escribir ese whatsapp que focalizaba toda la atención del pasajero. En un momento determinado, traté de iniciar una conversación con el compañero que se encontraba a mi derecha, pero a parte de una media sonrisa provocada por mi forma de hablar isindebele y la importancia del whatsapp que debía de estar enviando, no dio más de sí el intento. Pensé, parecería que me encuentro viajando de Madrid a Zaragoza, puesto que quitando la música y el color de la piel de los pasajeros, sus reacciones y comportamientos no distaban mucho de otros pasajeros con los que había coincidido –años atrás- en mis idas y venidas a la capital de España.

El autobús «europeo», me dejo en el cruce de Jotsholo; donde tocaba esperar para tratar de encontrar otro «lift», que me acercara a Dandanda. Después de preguntar a un grupo de jóvenes que estaban allí esperando también, supe que el autobús llamado «Gatsheni Express», que hacía la ruta Bulawayo-Dandanda, todavía no había pasado. Al cabo de 2 horas, el inconfundible rugido del motor del «Chichen bus» –como es popularmente conocido entre nosotros- hacía su aparición, recogiendo a todos los que le esperábamos y llenando el compartimento de su interior, con toda clase de bolsas de viaje, sacos de maíz, cabras, crías de perro y, como no, de gallinas…haciendo honor a su nombre. El autobús iba lleno y tocaba compartir el asiento doble, con otros dos pasajeros. La novedad de que «un blanco» usara el medio de transporte del pueblo, y a que hubiera algunos feligreses como pasajeros, hizo que me cedieran el asiento doble en el que viajaba una madre con su hija.

En este autobús, a diferencia del «europeo», el ruido, las risas, las conversaciones, las bromas con «el blanco», fueron una constante que te hacían olvidar las apreturas, la multitud de olores diferentes, los baches del camino, el tener que levantarte para que pudiera pasar la persona que vendía comida en el interior, los lametones de las crías de perro en tus piernas (¡doy fe de ello!), etc. Recuerdo, que apenas miré el reloj durante todo el trayecto, puesto que estuve bien entretenido: saludando, preguntando, respondiendo a preguntas sobre el Evangelio y la Iglesia Católica, pero sobre todo, contemplando y meditando sobre nuestra misión en medio del mundo y del pueblo.

La gente del autobús, se alegró de «ver» a un cura blanco compartiendo el mismo viaje con ellos, descubriendo que también disfrutaba de algo tan sencillo y cotidiano, como hablar, escuchar, reír y compartir la vida. El tiempo transcurrido desde que dejé Hwange hasta que llegamos a Dandanda fueron 8 horas. Tiempo de gracia y salvación, como así exprese en mi acción de gracias al Señor, al término de ese día.

«Salir», es dejar atrás toda seguridad y comodidad, para sumergirte en la vida de la gente sencilla, compartiendo el camino y los caminantes. Todos somos «enviados» en este mundo a dar razón de nuestra Esperanza. Hoy nuestro mundo, nos quiere más misioneros y «ligeros de equipaje». ¡Ojalá no nos dé tanto miedo comenzar a compartir la vida real con los más empobrecidos!

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