El 22 marzo de este mismo año escribí un artículo que titulé “TRAPOS”.
Partía de esta afirmación del Papa Francisco: “Evidentemente, las vestiduras litúrgicas no son ‘trapos’. Otras vestiduras eclesiásticas pudieran serlo”.
Lo afirmó en su primera Misa Crismal como Obispo de Roma (28 marzo 2013): “Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires”.
De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción” (la unción)”.
Hoy quiero detenerme en esta afirmación del Papa: “Otras vestiduras eclesiásticas pudieran serlo”. Porque una tentación en la Iglesia puede ser sacar del armario vestiduras ya casi olvidadas y que puede deberse al gusto por los trapos que denuncia el Papa.
Y quienes más deben cuidar no caer en esta tentación son los presbíteros: “Si bien es cierto que el ars celebrandi concierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Visitando comunidades cristianas he comprobado, a menudo, que su forma de vivir la celebración está condicionada – para bien, y desgraciadamente también para mal – por la forma en que su párroco preside la asamblea”. [1]
Francisco, con el carácter educativo y no impositivo de casi todas sus reflexiones, discursos, homilías, nos invita a elegir el camino y modo correcto del ars celebrandi entre estos dos extremos:
“Rigidez austera o creatividad exagerada;
misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico;
prisa precipitada o lentitud acentuada;
descuido desaliñado o refinamiento excesivo;
afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática”.
Entre estos extremos estamos llamados a elegir los presbíteros -sobre todo- y el pueblo concelebrante.
Y el camino nos lo ofreció ya el Concilio Vaticano II: “La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”. (Const. Sacrosantum Concilium, 48)
Tanto el texto del Concilio como el del Papa Francisco nos invitan a celebrar todos de modo digno y sencillo. La aparatosidad y la riqueza de ornamentos y vestiduras no favorecen una celebración digna y sencilla. Más bien pueden obstaculizarla.
No se olvida Francisco de esta posibilidad tan nefasta: “A pesar de la amplitud de este abanico, creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Esto suele ser más evidente cuando nuestras celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuno y sobre la que deberíamos reflexionar”.
Y termina con una afirmación esperanzada y propositiva: “Eso sí, no son estas las actitudes más extendidas, pero las asambleas son objeto de ese “maltrato” frecuentemente”.
[1] Desiderio Desideravi. Carta Apostólica del Papa Francisco a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos SOBRE LA FORMACIÓN LITÚRGICA DEL PUEBLO DE DIOS. 29 junio 2022. Nº 54.