Leía en el Heraldo de Aragón, el pasado 9 de diciembre, que nuestra Comunidad tiene una de las tasas de alumnos repetidores más altas de España. Según los datos del Instituto Aragonés de Estadística (IAEST), en el curso pasado solo el 54,9% de los chavales de 15 años estaban matriculados en el curso que les correspondía por edad (4º de la ESO). Lo que significa que el 45,1% restante había repetido algún curso antes de cumplir esa edad y no estaba inscrito en el nivel educativo que le tocaba.
Bajo mi punto de vista, semejante fracaso escolar de nuestros hijos tiene que ver, entre otros motivos, con las personas que ellos mismos asumen como referentes. En este sentido, nunca olvidaré las hilarantes declaraciones de un futbolista italiano cuando un periodista le dijo “Carpe Diem”, a lo que él respondió “lo siento pero no hablo inglés”.
Por otra parte, muchos jóvenes de las llamadas sociedades del bienestar dejan transcurrir los días con el anhelo de que llegue pronto el fin de semana para irse de fiesta. Estos jóvenes, arrastran con tristeza sus cuerpos mortecinos después de largas jornadas de trabajo o de estudio; sin ningún otro estímulo que descontar las horas que restan hasta alcanzar el fin de semana o la fiesta que fuere. Son muchachos abatidos que anhelan la fiesta para recuperar la alegría que, supuestamente, el estudio les habrían arrebatado durante la semana.
¿No es un poco trágico que, si esta es nuestra suerte, la mayor parte de nuestra vida sea una vida “de muerte”? Porque mis hijos tienen todos ellos tres meses de vacaciones de verano, además de la Navidad y alguna que otra festividad local. Pero yo, al menos, dispongo solo de 22 días a repartir durante todo el año. Negro panorama se les presenta si solo durante ese puñado de días consiguen ser jóvenes en fiesta.
Tal vez, por esta razón, muchos jóvenes rechazan hoy la fe. Simplemente, porque la vida eterna en estas circunstancias no les parece algo deseable. Seguir viviendo para siempre –sin fin– parece más una condena que un don (Benedicto XVI, Spes salvi).
¿No es dramático considerar que nuestra alegría provenga del mes en el que nos encontremos o de si estamos en el colegio o en la playa? ¿De acontecimientos incontrolables, externos a nosotros mismos?
Nadie queremos para nuestros hijos una vida de fin de semana, los deseamos siempre vivos, siempre despiertos. En el estudio y en el descanso, en octubre y en agosto. Por eso, hemos de afanarnos en que descubran el sentido profundo del estudio y el trabajo. Porque si no lo consiguen, toda su existencia se reducirá a mero activismo estéril y desordenado.
El tiempo de estudiante resulta trascendental. Sin embargo, a muchos jóvenes se les puede aplicar lo que José María Pemán relataba maravillosamente en los versos de “El divino impaciente”:
Eres arroyo baldío que, por la peña desierta, va desatado y bravío. ¡Mientras se despeña el río se está secando la huerta!
Nuestros hijos son tentados a estudiar lo mínimo para alcanzar el aprobado, a realizar sus tareas de forma mediocre y a escuchar las lecciones del profesor anodinamente. En conclusión, a despeñar su potencial en “peñas desiertas”.
Sin embargo, el estudio y el trabajo escolar, les empujará a entrenar el esfuerzo, la disciplina y, sobre todo, la renuncia, la negación de su propia apetencia. Ciertamente, a nuestros hijos nunca les pide su cuerpo estudiar; pero tampoco les apetecerá nunca trabajar y, mucho menos, cambiar un pañal el día que tengan hijos a su cargo.
Si no están dispuestos a renunciar a nada, difícilmente lograrán algo nunca. Nosotros, como padres, les ayudaremos a encontrar una motivación superior que les posibilite renunciar a lo que les apetece en el momento en aras de un bien futuro superior.
Santa Teresa de Jesús afirmaba que “entre los pucheros anda el Señor” También entre los libros anda el Señor. La trascendencia lo invade todo. También el estudio. Y quien no cree en la trascendencia, queda encerrado en la materia y vive en la frivolidad (Benedicto XVI).