Opinión

Isabel de Salas

Calor y pudor

24 de junio de 2019
Sí, han oído bien: pudor, esa palabra que parece desaparecida del diccionario y que solo mentarla hace que te califiquen de retrógrado y talibán.
Tal vez el problema esté en la falta de comprensión real de lo que significa. Lo que significa es bueno y bello porque no es, ni más ni menos, que la guarda de la intimidad.
Como se encargó de recordar San Juan Pablo II, el cuerpo es bueno porque Dios nos lo ha dado para que podamos expresar el amor con él. Es lo que se llama «amar con el cuerpo» porque, además de tener cuerpo, somos cuerpo.
La dignidad del cuerpo y nobleza de todas sus partes, está fuera de duda para cualquier cristiano. Pero hay determinadas partes del cuerpo de contenido más sexual,  que debemos de preservar de la mirada ajena para poder entregarlas a quien corresponda y cuando corresponda, en un ámbito de intimidad y como expresión de amor. Este ámbito es el matrimonio, donde los dos nos hacemos una sola carne.
Apena ver que con la llegada del calor la moda grita a los jóvenes: ¡¡ropa fuera!!
La falta de pudor es un hecho y eso hace menos libres a quienes así se comportan porque pierden el control sobre lo que exhiben, pues solo se es dueño de lo que se guarda.
Creo que es un síntoma de madurez y coherencia cristiana vestir con la elegancia y dignidad acordes con nuestra condición de hijos de Dios.
No en vano, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y no podemos profanarlo como si fuera objeto caprichoso de nuestros deseos o puro medio de búsqueda de placer.
Como el lenguaje debe adaptarse a los tiempos y la palabra pudor tiene esa connotación tan negativa, tal vez debamos referirnos a lo mismo con palabras como «reserva», «honestidad», para mostrar nuestro  mejor «yo» y conseguir que la mirada del otro se enfoque en nuestro rostro, auténtico espejo del alma.
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