El Año Jubilar ha promovido gran cantidad de peregrinaciones a Roma. Voluntarios de Cáritas Zaragoza hemos visitado la Ciudad Eterna. Este grupo se convirtió rápidamente en comunidad creyente. Fueron cinco días de convivencia gozosa, de confidencias compartidas y de un intenso baño cultural que removió nuestro interior provocando reflexiones sobre nuestra fe.
La magnificencia y la riqueza monumental de lo que vimos no parece hoy que tenga nada que ver con el Evangelio, ni con los pobres: Capilla Sixtina, Museos Vaticanos, Basílicas etc. ¿Cabe otra opinión más positiva? Una mirada más optimista reconocería que todo este arte reúne personas, favorece el que se establezcan lazos humanos, propicia la reflexión y el entrar en nuestro interior, incluso se crean puestos de trabajo… “Dios escribe derecho con renglones torcidos” y hay que saberlos leer.
Miguel Ángel decía que la verdadera obra de arte no es más que una sombra de la perfección divina. El arte no se ve, se escucha lo que nos dice, lo que despierta en nosotros. Sentada en la Capilla Sixtina durante casi una hora percibí en esas pinturas la interioridad que respira el artista, que catequiza y hasta bautiza nuestra mirada con el asombro, así como una hondura contemplativa inigualable y un trascender más allá del mero deleite estético. Cualquiera acepta que ha sido inspirado de manera única e irrepetible. Me recordó la idea de Dostoyevski en El idiota, citada por Benedicto XVI, de que la belleza salvará al mundo. Todas las personas por naturaleza deseamos lo bello (material y espiritual); y en eso se basa la mayor parte de la publicidad. El mal y la fealdad son aliados y hasta en las películas, el malo es feo.
La belleza lleva a Dios y el Dios de Jesús nos lleva a los pobres. A mí me lo hicisteis. También las tiendas de campaña, situadas en el entorno de la plaza de San Pedro, que cobijan la dignidad de las personas sin hogar, me ayudaron a no perderme entre tanta monumentalidad de Bernini. Su presencia cuestiona al transeúnte el lugar social de esos hermanos nuestros. También las vi con mis ojos, y escuché su mensaje: puso su tienda entre nosotros. Allí estaba Dios, para mí, de forma más evidente que en las basílicas.
Estas vivencias personales que cuento también resonaron con la visita a las catacumbas. Espacios que hablan y rezuman espiritualidad pegada a las paredes: el crismón, el pez, el buen pastor, el ancla, plasman la simbología y el sentido de la fe. Me recordaban a una especie de “humus” donde brotó una simiente vivificante que favoreció la humedad y la ventilación adecuadas a esa época cristiana. Fueron una Iglesia, con sabor y aroma a Evangelio, puente entre Dios y el mundo de entonces.
Hoy, todos los bautizados estamos embarcados en una nueva travesía más llana y participativa. Va a ser plural en su composición y en sus formas como reclamo, no del pensamiento del Papa, sino como aliento del Espíritu, de la propia fe cristiana, sembradora de esperanza y generadora de crecimiento personal y alegría. Al hacer camino juntos, la iglesia se mostrará más amiga que maestra, siendo acicate y caricia a la vez, con capacidad de escucha y de cercanía.
Gracias a todo cuanto fue presencia de Dios para mí. Qué suerte tengo de haber compartido un ambiente tan grato con este grupo de voluntarios. Un abrazo largo e intenso.