Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VI Domingo del Tiempo Ordinario
El año pasado había en el mundo 1.300 millones de hombres y mujeres de carne y hueso sufriendo pobreza severa; este año, esa cifra ha aumentado en 500 millones a causa de la pandemia, que les ha atacado como a todos, pero están más desprotegidos. Y, además, millones de ellos no tienen nada que llevarse a la boca cada día. Son los datos que Manos Unidas vuelve a recordarnos machaconamente en esta fecha de la campaña contra el hambre. Mucho me temo que Jesús me lo recuerde y me amargue el café de esta mañana…
– No es mi intención ponerte el ahogo en el pecho -me ha dicho nada más vernos-, porque bien sé que la mayor responsabilidad no es tuya, pero algo te toca sí tu indiferencia no contagia más solidaridad hacia los descartados…
– Tienes razón -he reconocido humildemente-. No siempre decido mi tren de vida pensando que los pobres existen y que me miran con ojos suplicantes.
– Está bien -me ha dicho dándome una palmada cariñosa en el brazo-. Te hago una sugerencia que te ayudará a superar esa indiferencia; pero no dejes que el café se enfríe, que no pretendo amargarte el domingo.
– Pues, cuando venía hacia aquí, me lo temía. Después de escuchar al párroco, hasta he pensado si podría tomarme el café con buena conciencia. Tú dirás…
– ¿Recuerdas qué dije a los fariseos, cuando me reprocharon que mis discípulos no ayunaban como hacían ellos?
– Sí; que ya llegaría el tiempo en el que te apartarían de su lado y entonces ya ayunarían; mientras tanto, estaban con el novio y no se acude a una boda para no probar bocado.
– Exacto -ha continuado después de tomar un sorbo de café-. Tanto aquellos ayunos de los fariseos como vuestra lucha contra la pobreza no son para cumplir y quedarse tranquilos, sino que han de ser el fruto de un cambio en el modo de pensar y de vivir. La pregunta que debéis haceros es si tenéis en cuenta la existencia y el sufrimiento de los pobres cuando tomáis las decisiones que inspiran vuestra manera de vivir y vuestro estilo de consumir. Si tenéis en cuenta su existencia, veréis que mis palabras del Evangelio de este domingo (Lc 6. 17. 20-26): «¡Dichosos los pobres…, dichosos los que ahora tenéis hambre!», no son un consuelo barato, sino el fruto de vivir como dice el profeta Jeremías en la primera lectura: «Bendito quien confía en el Señor: será un árbol plantado junto al agua, su hoja estará verde, no deja de dar fruto». El problema es de los que se sienten seguros con sus riquezas en lugar de poner su confianza en el Padre, como el rico insensato de la parábola (Lc 12, 16-21), que pensaba que, por haber obtenido una magnífica cosecha, ya tenía la vida resuelta, y aquella noche murió.
– Entonces, ¿no importa la cuantía de la limosna? -he dicho un tanto perplejo-.
– Importa y es necesario dar todo lo que se pueda, porque los proyectos de desarrollo necesitan dinero -me ha respondido-. Pero lo que ha de motivar vuestras limosnas es la confianza que tenéis en el Padre y lo que ha de inspirar vuestro tren de vida, de consumo y de diversión es esa mirada del corazón hacia los que no tienen qué llevarse a la boca.
– O sea, que no es cosa de un café más o menos -he murmurado para mis adentros-…
– Sino de un corazón que busca primero el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que todo lo demás llega por añadidura, y actúa en consecuencia ?ha concluido mientras nos acercábamos a la barra para pagar los cafés-.