Opinión

Pedro Escartín

Bendita entre las mujeres

18 de diciembre de 2021

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del IV Domingo de Adviento

El domingo pasado, con el regusto del café, guardé el agradable sabor del consejo de Jesús: “no ambiciones grandezas que superan tu capacidad…” Al escuchar el evangelio de este domingo (Lc 1, 39-45), he visto encarnado este consejo en la visita de María, ya embarazada, a su prima Isabel, que estaba de seis meses. Aquel día se abrazaron las madres, pero también se encontraron los hijos que llevaban en sus senos. ¿Qué recordará Jesús de todo aquello…?

– O mucho me equivoco o estás en ascuas por preguntarme algo -me ha dicho en la puerta de la cafetería-.

– Se me nota, ¿verdad? -he respondido al tiempo que le abría la puerta-. Es algo que algunas veces me he preguntado: sólo llevabas un par de semanas en el seno de tu madre, y ¿ya te diste cuenta de que tu precursor estaba delante de ti?

El camarero nos ha indicado una mesa con un gesto para decirnos que nos acercaba los cafés.

– ¿Tan raro te parece? -me ha dicho por toda respuesta-.

– ¡Hombre! No es tan natural que dos bebés se reconozcan entre sí antes de nacer.

– Tú lo has dicho -ha añadido a punto de tomar un sorbo de café-. No es natural. Pero olvidas que mi encarnación y la concepción de Juan saltaron la barrera de lo natural. Ahora, lo sobrenatural os produce algo de alergia y ponéis en duda lo que no podéis medir con vuestros controles, aunque luego dais crédito a cualquier “fake news” que circula por internet…

– ¿También a ti te llegan noticias falsas? -he dicho con cara de sorpresa-.

– ¿Y a quién no? -me ha respondido sonriendo-. Pero no perdamos el hilo. Si el Padre se interesa por vosotros y me envía vestido con vuestra carne para ayudaros a ser felices, ¿no va a poder saltarse otros límites de lo natural?

– Por supuesto -he reconocido, mientras jugaba con la cucharilla en mis dedos-. Entonces, ¿el hijo de Isabel te reconoció y se puso a dar brincos en el seno de su madre?

– ¿Por qué no? Juan y yo traíamos la misma misión y debíamos encontrarnos. Entonces fue la primera vez que estuvimos cerca el uno del otro con nuestros cuerpos de carne y hueso; el gozo del encuentro que más tarde se produjo en el río Jordán pudo comenzar ya, porque para el Padre el tiempo no cuenta como para vosotros. El evangelista lo narró escribiendo que la criatura saltó en el vientre de su madre para que lo entendierais…

– Sin duda -he reconocido de buena gana-.

– Y no olvides las palabras de Isabel, inspiradas por el Espíritu Santo -me ha advertido acercándose la taza a los labios-.

– ¿Te refieres a que llamó ¡bendita! a tu madre?

– Y a lo que siguió: “¿Quién soy yo para que me visite la madre del mi Señor?” Me reconoció como Dios mucho antes de mi resurrección. Todo aquel encuentro fue sobrenatural y, como dice mi Vicario, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús”. Por eso, Juan y su madre, no cabían en sí de gozo. El gran riesgo que tenéis ahora no es sólo la increencia, sino “esa tristeza que brota del corazón cómodo y avaro, en el que no hay espacio para encontraros con los demás, con los pobres y con Dios…” Franciscus dixit. Y puesto que se hacía tarde, me ha dejado con la palabra en la boca.

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