Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Bien-decir

9 de diciembre de 2020

“La voz susurrante que hace pensar, se acaba escuchando más que los gritos”. Con esta cita terminaba mi reflexión de la semana pasada. La voz susurrante, la palabra susurrante,

La palabra: esa posibilidad humana que nos distingue de todos los seres existentes. Posibilidad que puede construir o destruir, animar o desalentar, agradecer o despreciar, rechazar o reconocer, alabar u ofender, perdonar o vengarse… En cada momento de nuestra vida ‘a pie de calle’, en nuestras relaciones más ordinarias y sencillas o en situaciones de conflictos más agudos, la palabra enoja, serena o dialoga amigablemente.

La palabra sale ‘del corazón’ o de ‘las tripas’, de la bondad o de la malicia. “¿Cómo podéis decir cosas buenas si sois malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca… En verdad os digo que el hombre dará cuenta en el día del juicio de cualquier palabra inconsiderada que haya dicho. Porque por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado” (Mt 12,34.36-37). La seriedad de la palabra para Jesús.

Y San Pablo lo reafirma: “Dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros… Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis, sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen… Desterrad de vosotros la amargura, la ir, los enfados e insultos y toda maldad” (Ef 4,25.29.31). Y, como miembros unos de otros (¡qué profunda razón!), destruimos o consolidamos nuestro ser común.

Nos llega también el consejo de la carta de Santiago: “Tened esto presente, mis queridos hermanos: que toda persona sea diligente para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira” (St 1,19). Ya dijo alguien que por eso tenemos dos oídos para escuchar y una lengua para hablar. Y nos recalca Santiago la importancia de la palabra, de la lengua: Si alguno no falta en el hablar, ese es un hombre perfecto, capaz de controlar también todo su cuerpo… (la lengua) es un órgano pequeño, pero alardea de grandezas. Mirad, una chispa insignificante puede incendiar todo un bosque. También la lengua es fuego, un mundo de iniquidad; entre nuestros miembros la lengua es la que contamina a la persona entera, y va quemando el curso de la existencia” (St 3,2.5-6).

“Lo que digáis, sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen”. Esto es lo que hemos de tener más en cuenta en nuestras palabras: lo bueno, lo constructivo, lo oportuno. Sin olvidar el mal que también puede hacer la palabra cuando no es buena, constructiva, oportuna.

“La voz susurrante que hace pensar, se acaba escuchando más que los gritos”. Estas dos afirmaciones me dan pie para añadirle a la palabra el adjetivo ‘bendecida’. Porque bendecir significa bien-decir, decir-bien del otro y al otro. Y para esto es la palabra, para decir-bien a los demás. La auténtica palabra humana es la bendecida, la bien-dicha, la que construye, la que anima, la que corrige suave y fraternalmente.

Bendecir no es decir palabras bonitas, halagadoras, vacías de contenido y que huelen a hipocresía o al interesado querer-conseguir-algo para mí o los míos. La palabra bendecida no es usar palabras de circunstancia; es decir bien, decir con amor. Decir para construir lo bueno y denunciar sin violencia lo que está mal en nuestra sociedad.

Termino, como resumen, con estas frases de Francisco pronunciadas en un contexto eucarístico: “Todo comienza desde la bendición: las palabras de bien engendran una historia de bien… ¿Por qué bendecir hace bien? Porque es la transformación de la palabra en don. Cuando se bendice, no se hace algo para sí mismo, sino para los demás… Cuántas veces hemos escuchado palabras que nos han hecho bien… Es triste ver con qué facilidad hoy se maldice, se desprecia, se insulta. Presos de un excesivo arrebato, no se consigue aguantar y se descarga la ira con cualquiera y por cualquier cosa. A menudo, por desgracia, el que grita más y con más fuerza, el que está más enfadado, parece que tiene razón y recibe la aprobación de los demás… Aprendamos… a regalar palabras buenas a los demás”. (Homilía. Corpus Christi. 23 junio 2019).

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