La reciente reapertura de la iglesia de La Magdalena puede ser una buena ocasión para descubrir la presencia en este templo de dos imágenes dedicadas a santo Tomas Becekt, más comúnmente conocido como santo Tomás de Canterbury. Las imágenes del santo inglés que se conservan se encuentran en el retablo de la capilla por la que se accede a la torre y en el retablo de san Antonio de Padua.
Tomás Becket, Lord Canciller de Inglaterra y Arzobispo de Canterbury, es una figura clave para entender las relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual, entre la Iglesia y el Estado, si se me permite esta última expresión para la época del santo, en un momento histórico crucial en la consolidación en Europa de la llamada cristiandad medieval y, en particular, en la Inglaterra del siglo XII.
Becket sufrió el martirio a consecuencia de la defensa de los derechos de la Iglesia frente al poder real que pretendía imponerse, incluso por la fuerza, a aquellos. Nacido en Londres en 1118, será asesinado por los hombres de armas del rey en su iglesia de Canterbury en 1170. Fue canonizado por Alejandro III en 1173, un Papa que trató de protegerlo frente a las pretensiones reales de Enrique II de Inglaterra, de la Casa Plantagenet y de quien fue su propio Lord Canciller.
Es curioso que Becket comparta un gran paralelismo con otra notable figura de la Iglesia, santo Tomás Moro. Ambos fueron nombrados cancilleres por sus respectivos monarcas, con quienes les unía relaciones previas de amistad. Moro lo fue por otro Enrique, el VIII de la Casa Tudor. Y ambos morirían martirizados por la defensa de sus convicciones y su lealtad a la Iglesia. Tomás Becket representa así la antesala del drama de la Reforma protestante inglesa, que tendrá en Tomás Moro y Enrique VIII sus máximos protagonistas.
Tomás Becket trató de liberar a la Iglesia de Inglaterra de las limitaciones que él mismo había consentido aplicar, cuando, guiado por su buena fue, aceptó las llamadas “Constituciones de Clarendon” de 1164 impuestas por el Rey Enrique. La abolición completa de toda jurisdicción civil sobre la Iglesia, la libertad de elección de sus prelados y la adquisición y seguridad de la propiedad como un fondo independiente fueron cuestiones que enfrentaron en extremo al arzobispo y al rey. En suma, lo que en la actualidad se denomina como “libertas ecclesiae”, la libertad de la Iglesia respecto del poder civil.
Se sitúa Becket en ese momento histórico de las relaciones entre el poder político y el poder religioso de la cristiandad medieval que supone el paso del “cesaropapismo” al “hierocratismo” como modos concretos y opuestos de entender aquellas relaciones.
Por eso, resuenan con fuerza, en la actitud de santo Tomás Becket, las palabras del Señor en contestación a los fariseos: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21), y que sientan la base de lo que se conocerá como “dualismo cristiano”, principio formulado por vez primera, a finales del siglo V, por el Papa Gelasio I y recogido posteriormente en el propio Concilio Vaticano II (Lumen Gentium n. 36 y Gaudium et Spes n.36).
Un fresco histórico de esta problemática será recogido por una interesante obra cinematográfica de 1964, titulada “Becket”, y protagonizada por dos actores que reflejan la fuerte personalidad de los dos protagonistas de esta historia, Richard Burton en el papel de Tomás Becket y Peter O’Toole en el de Enrique II. Una película que merece la pena ver.