‘Ha ido a arreglarse’, ‘está arreglándose’. Y nos referimos a que alguien se está ‘poniendo guapo’, o vistiéndose para ir de fiesta, o a una celebración especial, a un acto social…
También nos arreglamos la barba, el pelo, los dientes… Arreglamos la habitación, la ordenamos… Arreglamos lo que encontramos revuelto o nos parece que no está limpio…
Nos arreglamos entre las personas, llegamos a un acuerdo, dialogamos, cedemos, proyectamos juntos, nos perdonamos, nos apoyamos…
‘Me las puedo arreglar yo solo’, decimos con positiva y buena intención para no molestar a otro, o por responsabilidad, por desarrollar y fortalecer nuestras capacidades…
O preguntamos con cordial interés: ‘¿Podrás arreglártelas tú solo?’. Con el deseo de ayudar si es necesario. No por desconfianza hacia quien le hacemos la pregunta. Justamente por confianza.
Y su significado negativo. Amenazamos, ajustamos cuentas: ‘Ya te arreglaré yo a ti’, decimos anunciando un castigo a quien creemos que ha hecho algo mal y tenemos alguna autoridad sobre él. O insinuando ‘ya me las pagarás’, ‘ya arreglaremos cuentas’, a quien creemos que nos ha tratado mal.
Todo esto viene a cuento de que ayer (14 febrero) volví a escuchar una vez más: “Este mundo no tiene arreglo”. Está desarreglado y su des-arreglo no tiene arreglo (no es un ocurrente juego de palabras). Y salieron Ucrania, emigrantes, espeluznante violencia doméstica y social, pobres, hambrientos, ricos y pobres, antisociales, pecados y delitos de unos y de otros (Iglesia -cristianos- incluida), política y poder…
Y, como el mundo no tiene arreglo, cierro los ojos y los oídos a la realidad, seco el corazón, y voy a arreglarme yo: tomo mi aperitivo y mi cerveza; y el café con coñac después de comer; si puedo, conseguiré un mejor trabajo a ver si subo el sueldo, o me conformo con el que tengo; disfruto todo lo que puedo de la vida (es lo mejor o lo único que merece la pena); eso sí, sin hacer mal a nadie ¿¿¿???; me aguantaré -no queda otra- cuando la enfermedad o la mala suerte me visiten; procuraré que los míos lo pasen todo lo mejor que puedan; no me negaré los caprichos que pueda permitirme y a los míos, tampoco. Por lo menos yo estaré ‘arreglado’ y que arda el mundo.
El mundo tiene arreglo. Arreglo que empieza por mí. Abro los ojos y los oídos, refresco un poco mi corazón y oigo y veo las muchas personas que, como hormigas humanas solidarias, trabajan, entregan su vida, comparten todo, se comparten ellos. Hacen no solo que este mundo no vaya a peor, sino que plantan, cultivan y riegan pequeños brotes para que el mundo verdee de esperanza. Sin estas corrientes subterráneas de bien, el no arreglo del mundo se impondría triunfante.
Después de ver y oír mi alrededor, o antes, entre dentro de mí. Repaso mi vida. Y me siento una partecita de este mundo. Pequeña, sí, pero parte. No soy una isla separada del resto. Mi existencia es única, pero compartida, entrelazada con los demás. Y veo que puedo ‘arreglarme’ un poco y aportar solidaridad, valores, generosidad, alegría, amor, servicio, serenidad… Es mi modo de ‘arreglar’ este mundo, arreglándome yo todo lo que puedo y necesito.
Y dejo que crezca en mí la esperanza. No el ‘todo irá bien’ de falsos colores y vacío de realidad. Mi esperanza se fortalece con la esperanza activa de los que trabajan por un mundo mejor, un mundo nuevo, un mundo ‘arreglado’.
Puedo profundizar un poco más. Creo en un Dios que amó tanto al mundo que no se reservó a su propio Hijo, sino que nos lo envió. Amar a alguien es tener siempre esperanza en él. Y si Dios nos ama, nada menos que Dios, es porque tiene esperanza en nosotros, nos impulsa, nos fortalece. Cuando no nos sentimos amados o no amamos más que a nosotros mismos, se pierde el camino y la dirección del ‘arreglo’, no somos capaces o no nos sentimos llamados a mejorar. Amar a alguien es esperar en él, confiar en el que amamos y en su capacidad de mejorar, de ‘arreglarse’. Cuando no se ama al mundo, obra de Dios, y a los que lo habitamos, no se le cree capaz de mejorar. Como cuando no nos amamos a nosotros mismos. Como decía el próximo santo, Carlos de Foucauld, deberíamos esperarlo todo de todos. debemos atrevernos a ser amor en un mundo que no sabe cómo amar.
Creer, esperar, amar. O viceversa. Camino hacia el ‘arreglo’ personal y condición indispensable para un ‘arreglo general’. Sin olvidar lo del grano de mostaza y la simiente que brota y crece sin que el labrador sepa cómo. Sólo sabe que ha sembrado.
El mundo tiene arreglo o no lo tiene, según donde nos situemos cada uno. Y cambiará, seguro. Poco a poco, pero cambiará. “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo bueno; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo” (Is 43,18-19). “No hay en la tierra nadie tan recto que haga el bien sin pecar jamás”. (Eclesiastés, 7,20). ¡Qué cosas tiene la Palabra!
Arréglate, hombre; arréglate, mujer… que nos esperan ahí afuera. A pie de calle.