Opinión

Francisco Yagüe

“Aquarius”, una cuestión de humanidad

28 de junio de 2018

Estas semanas ha vuelto a vivirse en aguas del Mediterráneo el drama de la movilidad humana, a bordo del buque “Aquarius”. Muchos han sido los puntos de vista que han surgido para analizar, una vez más, la situación de miles de personas que la Unión Europea está siendo incapaz de afrontar con serenidad y acierto.

Uno ha sido el punto de vista del Gobierno italiano que se viene a sumar a los países que apuestan por el cierre de fronteras con tintes claramente racistas, sin tener en cuenta criterios humanitarios o las causas que han provocado esa movilidad humana en los países de origen.

Otro, el punto de vista del actual Gobierno de España que, de partida, ha apelado a la solidaridad y a criterios humanitarios, aunque estará por ver cómo se desarrolla la gestión de esta crisis humanitaria a lo largo del tiempo.

El punto de vista de los distintos partidos de la oposición, donde unos ponen el peso en la gestión controlada de los movimientos migratorios y otros apoyan más decididamente el del Gobierno.

Y la visión de las ONG’s y entidades de solidaridad, entre ellas las de la Iglesia Católica como Cáritas, la cual ha declarado que se pone sin titubeos del lado de esas personas que “son testigos de muerte, sufrimiento y dolor”.

Además, Cáritas considera que “este goteo intolerable de situaciones inhumanas pone en evidencia el fracaso de unas políticas migratorias orientadas exclusivamente al control de flujos”. Por ello Cáritas y otras organizaciones de Iglesia proponen “un modelo alternativo basado en el respeto de los derechos humanos de las personas en situación de movilidad y el establecimiento de vías seguras de acceso a nuestros países”.

Y es que el problema es dónde ponemos el foco y cuál debe ser nuestra mirada ante esta realidad. En primer lugar, nuestros ojos lo que deben ver son personas, hermanos que huyen de una vida de dolor y sufrimiento. Y por ello, Cáritas insiste en conseguir establecer vías seguras para la movilidad de estas personas.

Porque en segundo lugar, lo que debemos plantearnos es que se trata de una cuestión humanitaria y de seguridad. La mayoría de estas personas huyen de guerras, de persecuciones, de torturas, por ello hablamos de refugiados y por ello es necesario protegerlas y facilitarles el acceso a zonas seguras.

Pero además, debemos tener en cuenta que la falta de seguridad jurídica, en muchos países del sur, y su realidad económica son causa de las migraciones forzadas. El “Aquarius” ha sido uno más entre los numerosos casos de pateras y barcazas que están arribando a nuestras costas durante estos últimos días con miles de personas a bordo, en condiciones inhumanas e incluso otras perdiendo la vida.

No podrá haber control del flujo migratorio, si antes no hay justicia y dignidad; si previamente no se establecen vías seguras que permitan una atención humanitaria adecuada a los migrantes que huyen del hambre, las guerras o del sufrimiento.

Antes que ejercer un control sobre los propios migrantes que huyen, habría que controlar las mafias de trata de seres humanos, las mafias de tráfico de migrantes o los gobiernos corruptos de los países de tránsito. Sólo un dato, la mayoría de las mujeres que llegan a Europa han sufrido abusos sexuales y violencia, a lo largo de la travesía desde sus países de origen, por parte de los miembros de las mafias o en los controles de las fronteras que tienen que cruzar.

Por ello, la acogida a los refugiados y migrantes es una exigencia ética inherente a nuestros sistemas democráticos, además de la obligación derivada de los pactos y convenios internacionales.

Según ha manifestado Cáritas “Si de verdad queremos transformar el reto en oportunidad, la respuesta pasa, como propone la campaña lanzada por el papa Francisco en septiembre de 2017, por “compartir el viaje” para promover la cultura del encuentro entre los inmigrantes y las comunidades locales, convencidos de que las migraciones son una oportunidad para el desarrollo de los pueblos”.

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