Flash sobre el Evangelio del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (14/11/2021)
El lenguaje apocalíptico asusta. Vemos por televisión las coladas de lava incandescente que suelta el volcán de Cumbre Vieja y percibimos que se nos arruga el alma de impotencia. La descripción, con palabras del propio Jesús, que nos transmite el evangelio de este domingo (Mc 13, 24-32) es inquietante y poco grata. ¿Por qué usó ese lenguaje para darnos un mensaje de esperanza? Me parece un contrasentido y he de aclararlo.
– Te veo inquieto y un poco asustado -me ha dicho nada más verme-.
– Más bien estoy perplejo -le he respondido sin demasiadas contemplaciones-.
– ¿Y eso? -ha preguntado señalando una mesa que estaba libre-.
– Pues, porque pusiste el ejemplo de la higuera, cuando florece, como símbolo de la esperanza que trae consigo la primavera, y, en realidad, te referías a las catástrofes cósmicas que preludiarán tu venida gloriosa como Hijo del Hombre. ¿Piensas que se puede tener esperanza cuando se te viene el cielo encima? -he respondido sin parpadear-.
– Ya veo que el volcán de La Palma te tiene preocupado -me ha dicho recogiendo los cafés que traía el camarero-. Y no es para menos. Vosotros pensabais que con la técnica lo teníais todo controlado, y estáis experimentando que no podéis dominar la Naturaleza.
– Sí; el universo y la vida siguen siendo un misterio. Pero, ¿por qué nos incitas a tener paz y esperanza diciendo que las estrellas caerán del cielo?
– Me parece que no lo entiendes. Yo utilicé el lenguaje apocalíptico del libro de Daniel, que mis compatriotas conocían bien, para anunciar tres acontecimientos diferentes: mi próxima muerte, la destrucción de Jerusalén que ocurrió treinta y pocos años después y el fin del mundo, cuyo día y hora sólo el Padre lo sabe. No me dirás que mi muerte por vosotros no os proporciona esperanza, ¿y mi vuelta al final de los tiempos para hacer justicia a los pobres? Precisamente mi Vicario os ha propuesto hoy la Jornada Mundial de los Pobres, porque, como le dije a Judas, «a los pobres los tenéis siempre con vosotros». La intención de Francisco es que seáis conscientes de que los pobres existen y cambiéis de modo de vivir. Lo de la destrucción de Jerusalén fue harina de otro costal, como decís vosotros. Yo se lo advertí, con lágrimas: «¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!», pero Jerusalén tenía los ojos cegados…
Dando pequeños sorbos, casi había apurado mi taza de café, mientras que la de Jesús estaba intacta.
– Bebe -le dije-, que con tanto apocalipsis se te está enfriando el café. Y después dime qué pinta en todo esto la parábola de la higuera.
– ¿Aún no lo entiendes? -me ha respondido después de tomar un buen sorbo de café-. Cuando las ramas de la higuera se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que está llegando la primavera y se os ensancha el ánimo después de los rigores del invierno, o al menos eso es lo que hacía la gente del campo, porque ahora, con tanta cultura urbana, hay muchos que no saben lo que es una higuera. ¡Y eso también es una pobreza! Pues bien, cuando contempléis mi vida abocada a la muerte y a la resurrección, y os percatéis de que no podéis controlar la Naturaleza, sabréis que yo estoy a la puerta, no para destruiros, sino para salvaros y hacer justicia a los pobres. ¿No se te ensancha el alma?
– Ya veo que la vida es cosa más seria de lo que muchas veces pensamos… -he concluido recogiendo las tazas para acercarlas a la barra, pero el camarero se me ha adelantado-.