Opinión

Vicente Jiménez Zamora

Palabras de vida

Ante el mes de mayo: María en la vida de la Iglesia

30 de abril de 2020

Queridos diocesanos:

Durante el mes de mayo, el pueblo fiel profesa una devoción tierna y filial a la Virgen María con múltiples manifestaciones de piedad popular, tanto personales como comunitarias: romerías marianas a algunos santuarios, ofrendas de flores, rezo del santo rosario. Es verdad que este año 2020, a causa de la pandemia provocada por el coronavirus, covid-19, no podrán celebrarse estas manifestaciones como es tradición viva, pero podemos intensificar de otra manera, con creatividad pastoral, nuestra devoción y amor a la Madre de Dios y Madre nuestra.

En una serie de cartas pastorales ofrezco algunas orientaciones sobre la figura de la Virgen María en el culto de la Iglesia y en la piedad del pueblo fiel, a la luz del Concilio Vaticano II y de los documentos del Magisterio Pontificio posconciliar.

Las enseñanzas del Concilio Vaticano II han puesto de relieve el puesto de la Virgen María en la liturgia de la Iglesia (cfr. Lumen Gentium 52-59; Sacrosanctum Concilium 102-105).

Así dice la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II: “En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la Santa Iglesia venera con amor especial a la Bienaventurada Madre de Dios, la Viren María unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma entera, ansía y espera ser” (Sacrosanctum Concilium 103).

Presencia de la Virgen María en el año litúrgico

Con una adecuada catequesis, los fieles cristianos pueden descubrir que todo el año litúrgico es, en cierto modo, como un año mariano”. En verdad, a lo largo del año litúrgico la Bienaventurada Virgen María, por su especialísima participación en el misterio de Cristo, es constantemente celebrada bajo una riquísima variedad de aspectos: En el tiempo de Adviento, como es sabido, se encuentran sugestivas referencias a la Inmaculada Concepción, con la que culmina la expectación de Israel, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía de la salvación.

En el tiempo de Navidad, la celebración litúrgica de loso misterios de la infancia del Salvador invoca incesantemente la figura de la Virgen; muy en particular la solemnidad del día primero de enero, que con razón es considerada como la festividad mariana más antigua en la Iglesia de Roma, celebra la maternidad divina, salvífica, virginal de Santa María.

En el tiempo de Cuaresma, se reproduce en el camino hacia la Pascua y en él se escucha más frecuentemente la Palabra de Dios, se reafirma la conversión del corazón y una aceptación más consciente de la propia cruz (cfr. Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23). Este tiempo puede ser modelado conforme al camino de fe recorrido por la Virgen María, la primera discípula de Cristo, que conservó la Palabra en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51) y que permaneció fiel y firme junto a la cruz (cfr. Jn 19, 25-27).

En el tiempo de Pascua, que coincide normalmente con el mes de mayo, el gozo de la Iglesia por la Resurrección de Cristo y por el don del Espíritu Santo es como una prolongación del gozo de María de Nazaret, la Madre del Resucitado; en verdad que Ella, según el sentir de la Iglesia, quedó llena de inefable alegría por la victoria del Hijo sobre el pecado y la muerte y, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, permaneció en oración en medio de la Iglesia naciente a la espera del Espíritu Santo en Pentecostés (cfr. Hech 1, 14).

En el tiempo ordinario, que está incrustado con diversas fiestas marianas, sobre sale la solemnidad de la Asunción (15 de agosto), coronación de su camino de gracia y fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza.

Con mi afecto y bendición,

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