No recuerdo –exactamente- cuántos años hace que conozco a Amadie: seis, cinco…pero nunca podré olvidar la primera vez que lo vi, en su pequeña cabaña de adobe y paja, con esa sonrisa –mezcla de inocencia y picardía- y su pierna izquierda, completamente gangrenada y con un sinfín de gusanos blancos entrando y saliendo de una carne que pedía ser cercenada por compasión.
A partir de aquel día, Serafín –mi compañero en aquel instante-y yo, decidimos asumir la suerte y el destino de Amadie y su padre. Lo primero fue el buscar un lugar donde pudieran vivir con dignidad el anciano y el hijo. Una vez, que pudimos enviarlos –a través del Servicio Social- a una residencia de ancianos de la Iglesia Católica, comenzamos a trabajar la salud de Amadie, comenzando con la situación de su pierna izquierda.
Hago un inciso para comentar que, Amadie es un ser especial, y “está tocado por el Señor”, con tres enfermedades: el ya mencionado cáncer en sus extremidades inferiores, es portador de HIV y tiene algún tipo de enfermedad mental. Siempre he pensado que la mezcla de todas ellas, le convierten en un ser “único y excepcional”, un luchador dotado de una energía y una esperanza que, solamente pueden venir de Dios.
A Bulawayo, segunda ciudad del país, nos fuimos con Amadie para ver el estado de situación de su pierna. Después de varias pruebas, los médicos aconsejaron –lo que desde el principio nos temíamos- la amputación de la misma por encima de la rodilla. Recuerdo el día de la operación como si fuera ayer mismo. Hospital “Impilo” (paradojas del destino, significa “vida”), 8 de la mañana, llegamos con Amadie antes de la hora fijada con el doctor. Después de esperar un tiempo, el doctor nos recibe y nos comunica el precio de la operación. Delante de nosotros comienza a contar los billetes para comprobar que está la cuantía fijada para la amputación. Al terminar, nos dice que necesita la anestesia para poder operar y si no la conseguimos en menos de 45 minutos pasara a operar al siguiente paciente.
Comienza una carrera contrarreloj para conseguir la anestesia necesaria en diferentes farmacias de la ciudad. Una vez conseguida la misma, volvemos al Hospital y allí, nos piden 2 bolsas de sangre necesarias para poder efectuar la operación. Lo primero que necesitamos es averiguar el RH de la sangre de Amadie –gracias a Dios, no es de los más raros- pero no coincide con el de Serafín y el mío, con lo cual tenemos que tratar de comprar esas 2 bolsas de sangre necesarias. Tras varias idas y venidas, habituales en el caos de la administración burocrática de Zimbabue, logramos comprar –a un precio alto- las citadas bolsas de sangre. Durante el tiempo en el que transcurre la operación, percibimos el sufrimiento de la gente y el caos reinante en la sanidad de este país africano.
Cuando por fin aparece Amadie en una camilla con una sábana manchada de sangre cubriendo su miembro amputado, su mirada, llena de paz, inocencia y confianza, me transmitió una ternura que pocas veces he sentido en toda mi vida.
El siguiente paso, consistió en adquirir una pierna ortopédica que le permitiera desenvolverse y poder caminar –casi- con normalidad. Me gustaría comentar que debido a la precariedad y a la falta de medios en el sistema público sanitario de Zimbabue, no se contempla –probablemente ni se ve necesario- el apoyo psicológico para quien ha sufrido la amputación de un miembro de su cuerpo.
Al cabo de año y medio, después de volver a la Residencia de ancianos –donde falleció su padre- Amadie recibió la noticia de que había sido seleccionado por el Gobierno para ingresar en una Escuela de Discapacitados, donde recibiría –durante dos años- la formación para el aprendizaje de un oficio, una especie de Formación Profesional.
Desde hace una semana, Amadie está llevando a cabo “sus prácticas” como soldador, en una compañía de Bulawayo. Durante las vacaciones, ha estado viviendo en casa -con nosotros- como uno más. Eso le convierte en alguien “de la familia de la Misión”, así lo siento yo y, así lo sienten, también, mis dos compañeros sacerdotes de Zimbabue con los que convivo.
Él, desde su sencillez y su tenacidad, desde una fe y una esperanza sin límites, me demuestra que merece la pena CREER contra toda esperanza
¿Por qué titulo esta circular “Amadie, una luz de Esperanza”? Porque en medio del caos político-económico reinante en Zimbabue, al que se suma una sequía –sin precedentes- que nos va a condenar -por primera vez- al hambre en este país; con una emigración generalizada y fomentada por el gobierno, que nos está llevando a “perder” los activos y las generaciones jóvenes para el presente y los años futuros; El –Amadie- es símbolo de los pobres y excluidos, de los descartados por este sistema neoliberal, de los enfermos y dolientes –favoritos del Maestro de Nazaret, que comenzó su ministerio en la periferia de una Galilea rural, donde nadie quiere vivir.
Él sueña con un trabajo que pronto va a llegar a su vida, con una mujer con la que formar una familia, con una casa que será el símbolo de su trabajo y esfuerzo…Él, desde su sencillez y su tenacidad, desde una fe y una esperanza sin límites, me demuestra que merece la pena CREER contra toda esperanza, contra toda razón, contra todos los parámetros humanos que nos quieren demostrar lo contrario a la fe…
Cuando me encuentro cansado y desalentado, solamente necesito encontrarme con su mirada, la mirada de la confianza de AMADIE, la mirada del AMOR del Señor, para volver a creer y continuar con la misión de ser sal y luz en nuestro mundo…