Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Alimentarse bien

23 de octubre de 2019

Muchas veces pensamos que los grandes problemas que afectan a la humanidad los deben solucionar los gobiernos o las organizaciones mundiales. Así nos lavamos las manos y ¿la conciencia? La responsabilidad de los gobiernos y el dominio absoluto del dinero en la economía mundial es gran parte de la verdad. Pero no toda la verdad. Los grandes problemas que afectan a la humanidad, también tienen parte imprescindible de la solución en el a pie de calle de todos y cada uno de los habitantes de nuestro mundo.

Uno de esos graves problemas mundiales que afectan directamente a millones de hermanos nuestros es la alimentación: necesidad básica y primera para poder vivir: “tener el pan de cada día y sentarse dignamente a la mesa” (Francisco). Alimentarse, además, bien. La desnutrición o el sobrepeso son la primera consecuencia de una mala alimentación. Además de mala, injusta.

“Vemos cómo la comida deja de ser medio de subsistencia para convertirse en cauce de destrucción personal. Así, frente a los 820 millones de personas hambrientas, tenemos al otro lado de la balanza casi 700 millones de personas con sobrepeso, víctimas de hábitos alimenticios inadecuados. Estos ya no son simplemente emblemas de la dieta de los “pueblos de opulencia”, sino que comienzan a habitar incluso en países de renta baja, donde se sigue comiendo poco y mal, copiando modelos alimenticios de las áreas desarrolladas”. Esto escribe el Papa Francisco en su mensaje al Director General de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) para la Jornada Mundial de la Alimentación, celebrada el pasado 16 de octubre.

Es la permanente y mortal situación de tantas personas víctimas del hambre. Ante esta situación, Francisco reflexiona, en el Mensaje dirigido a la FAO, sobre la necesidad de superar esta situación alimentaria. Recuerda el Papa la necesidad de un cambio personal en nuestra alimentación ‘a pie de calle’, en el día a día de nuestra existencia.

Todo comienza por “una conversión de nuestro modo de actuar, y la nutrición es un punto de partida importante”. Porque “vivimos gracias a los frutos de la creación”. Y los frutos que nos da la creación “no pueden reducirse a un simple objeto de uso y dominación”. El simple uso o abuso de los alimentos no es el modo correcto de acoger y agradecer ese don, enriquecido por el trabajo humano. Y mucho menos la explotación abusiva de la tierra y el control del mercado sobre la producción y distribución de los alimentos.

El sobrepeso y las enfermedades por el mal uso y abuso de los alimentos, “los trastornos alimentarios sólo se pueden combatir cultivando estilos de vida inspirados en una visión agradecida de lo que se nos da, buscando la templanza, la moderación, la abstinencia, el dominio de sí y la solidaridad: virtudes que han acompañado la historia del hombre. Se trata de volver a la simplicidad y a la sobriedad…”.

Esta actitud de agradecimiento y sobriedad nos lleva a “vivir cada momento de la existencia con un espíritu atento a las necesidades del otro. Así, podremos cimentar nuestros vínculos en una fraternidad que busque el bien común y evite el individualismo y el egocentrismo, que sólo generan hambre y desigualdad social”. Situarnos así ante los alimentos facilita que los valoremos y usemos correctamente y, además, nos ayuda a caer en la cuenta de que así colaboramos al bien común y nos sensibilizamos con la situación de nuestros hermanos.

Porque se trata de “un estilo de vida que nos permitirá cultivar una relación saludable con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con el entorno en el que vivimos”.

El Papa se remonta al aspecto global de este problema y propone caminos de solución: “Por otro lado, la interdependencia actual de las naciones puede ayudar a dejar de lado los intereses particulares y favorecer la confianza y la relación de amistad entre los pueblos… Resulta cruel, injusto y paradójico que, hoy en día, haya alimentos para todos y, sin embargo, no todos tengan acceso a ellos, o que existan regiones del mundo en las que la comida se desperdicia, se desecha, se consume en exceso o se dedican alimentos a otros fines que no son alimenticios”.

Además de la imprescindible actitud personal de agradecimiento, moderación y solidaridad, “para salir de esa espiral, es necesario impulsar instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos”.

Nadie, ni en el nivel personal, ni en los niveles global, político, social, de mercado… “podemos olvidar podemos olvidar que lo que acumulamos y desperdiciamos es el pan de los pobres”.

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