Opinión

José Luis Lázaro

Alberto

3 de mayo de 2018

Creo que es la primera vez en mi vida que escribo sobre alguien que es cercano a mí y sé que no le va a gustar que lo haga… pero es una forma de dar gracias a Dios, por tanto bien que Él a hecho a través de esta persona.

¿Quién es él? Uno de mis dos obispos. Sí, has escuchado bien. Por el hecho de ser sacerdote diocesano y misionero, tengo dos obispos con los cuales me relaciono, me comunico, escucho y rezo por ellos. Tengo la suerte de decir que con ambos obispos guardo una muy buena relación: el Metropolitano de Zaragoza, Vicente; y el zaragozano de Hwange, Alberto.

¡Vaya paradoja, tener que irme al sur de África para tener un obispo de mi querida Zaragoza!

Probablemente con el segundo tenga una relación más estrecha, pues es con quien ahora trabajo y colaboro en la evangelización de mi diócesis de destino: Hwange (Zimbabue).

José Alberto Serrano, que así es como él se llama realmente, tiene muchos nombres, no es broma, quienes de su familia de Zaragoza lean este escrito, dirán en seguida: “no es Alberto, es Pepe”. Para los sacerdotes locales de Hwange es: “Bishop Albert”. Para la gente del pueblo que convivió con él desde su llegada a Zimbabue en 1970, su apellido ndebele es: “Sibanda” -como el mío es “Ndiweni”- y para los sacerdotes-compañeros españoles del IEME que trabajamos con él en la diócesis de Hwange, es sencillamente, Alberto.

Alberto es un obispo poco corriente, que fue nombrado en diciembre de 2006 y ordenado para la sede de Hwange en febrero de 2007 –poco antes de cumplir los 65 años y con más de 37 de vida misionera en Zimbabue-. Nunca quiso ser nombrado Obispo y trató por diferentes medios que la Santa Sede eligiera a otro en su lugar. Al final, por circunstancias políticas en el país y fidelidad a la Iglesia que camina en Zimbabue, aceptó este servicio de entrega y dedicación, asumiendo desde su sencillez y generosidad el ministerio de guiar y acompañar -como Obispo y pastor- los diferentes pueblos que forman parte de la Diócesis de Hwange.

Os tengo que confesar que la primera vez que entré en contacto con Alberto fue cuando él era sacerdote y yo estaba estudiando en el Seminario de Zaragoza. Al final de los años 90´, cuando todavía no se sabía qué era el “WhatsApp”, un grupo de seminaristas – pertenecientes al “Taller de Misiones”-  nos dedicábamos a enviar felicitaciones de Navidad a los misioneros diocesanos que estaban repartidos en diferentes países del mundo. En el reparto de felicitaciones para enviar, a mí me tocó un tal “José Alberto Serrano” que estaba en Victoria Falls, en un país llamado Zimbabue. Recuerdo que me alegró mucho recibir contestación de alguien a quien no conocía y estaba a tantísimos miles de kilómetros de distancia. Quince años después nos conocimos en persona y empezamos a trabajar en la misma iglesia desde una opción misionera.

Una de las cualidades que más me llamó la atención de Alberto–al principio de conocerlo- fue su extraordinaria sencillez y austeridad de vida. Nada que ver con el estilo de vida de otros obispos o sacerdotes africanos con los cuales compartimos vida y ministerio.

Él ha tratado de vivir y ser evangelio en cada encuentro, reunión o celebración; apartándose de todo aquello que provocara división o desencuentro; siendo testigo en la escucha, y maestro paciente en una iglesia joven -poco más de 50 años de vida- donde “todos quieren opinar y asumir las principales responsabilidades con poco tiempo de madurez humana y ministerial”. Ha querido ser pastor cercano a todas las comunidades y con todos los sacerdotes- locales, religiosos y del IEME- que trabajamos en la Diócesis de Hwange.

Antes de la llegada del Papa Francisco, él ya se aventuró a ser testigo humilde y sencillo del amor y de la misericordia de Dios con todas aquellas gentes que han ido encontrándose con él en el camino de la vida.

Ahora, mientras esperamos el relevo episcopal en la Diócesis de Hwange, él mismo nos invita a rezar para que su sucesor sea, el Obispo y el Pastor que necesita nuestra diócesis de Hwange. ¡Dios le oiga!

Dar gracias a Dios por las personas que nos ayudan a vivir en fidelidad y en pasión por Jesucristo y su Reino de Justicia y Amor, es una obligación que no deberíamos dejar de hacer por mucha pereza, sonrojo o vergüenza que pueda provocar en nosotros o en quienes han sido aludidas en nuestros escritos u oraciones.

Como dice el lema de la Diócesis de Hwange: “Nosotros somos la familia de Dios”. Empecemos a creer que esto es posible en nuestro mundo, en nuestra Iglesia y en nuestra propia vida.

 

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