En una sociedad altamente mercantilizada los espacios para el agradecimiento y la gratuidad han ido perdiendo terreno, empobreciendo notablemente el entramado ético de su ciudadanía.
Sin el valor de la gratuidad y sin la capacidad de agradecimiento, una sociedad puede ver mermada la fuerza del resto de sus valores culturales y éticos, a costa del crecimiento de la cartera de valores mercantiles.
Cuando lo único que tiene valor es lo que se puede comprar o vender porque todo adquiere un precio, el ser y el estar están perdidos. Y lo único que puede dar valor al ser y al estar es la actitud de agradecimiento y de gratitud. Por ello, nos encontramos hoy en día con tantas personas perdidas y desorientadas. Por ello, llevamos varias décadas en las que nuestras sociedades se encuentran perdidas y sin rumbo. Porque han visto menguada su dimensión de ser y su capacidad de estar, ya que ningún mercado de valores ha sido capaz de ponerles un precio y si lo han hecho en alguno de sus aspectos, lo que han conseguido es prostituirlo para pasarlo a la frontera del tener o del hacer.
Y así, como el Papa Francisco le gusta decir, nos encontramos ante la cultura del descarte. Una sociedad que es incapaz de agradecer a sus mayores su experiencia y su entrega a lo largo de los años, los descarta porque ya no rinden dividendos, son una carga. Una sociedad que es incapaz de acoger con gratuidad a los enfermos o a los olvidados de la sociedad, los descarta porque no sirven para producir, son un coste. Una sociedad que no reconoce la entrega gratuita de tantas mujeres u hombres a sus familias en las tareas del hogar, las descarta porque lo que hacen no está soportado por ninguna transacción económica.
Por otro lado, el afán mercantilista trata de imponer sus dictados a todas las facetas de la vida, ahogando cualquier resistencia alternativa. Facetas tradicionalmente afines a la gratuidad, se ven acosadas constantemente perdiendo su idiosincrasia paulatinamente.
Todo se valora bajo el prisma de la transacción. ¿Qué gano con esta relación? ¿Qué pierdo si dedico mi tiempo a esto? Pocas actividades se realizan por el gusto de estar o de crecer en el ser.
Por ejemplo una actividad cuya identidad más característica es la gratuidad, el voluntariado, se viene manipulando desde hace años con intereses. Las motivaciones que enmascaran esta actividad cada día son menos gratuitas, se realiza voluntariado por distracción, por pasar el tiempo, por aprender o superar una situación difícil. Y esto aun así no está mal, porque las personas no tenemos motivaciones puras, y al final descubrimos que mis intereses pueden quedar en segundo plano al ponerme frente al hermano.
Lo cuestionable es cuando las normas que regulan el voluntariado, con el pretexto de fomentarlo, lo alientan con incentivos que aunque sean intangibles, volatilizan la esencia de la gratuidad. Por ejemplo, hoy en día se empuja a la ciudadanía a ejercer el voluntariado desde un interés propio como el de obtener una práctica profesional.
Por último, en nuestras sociedades, la felicidad es el gran objeto del deseo inalcanzado. Curiosamente en una sociedad mercantilizada donde todo está al alcance de la mano, la felicidad y la falta de sentido es cada vez más difícil de encontrar.
En lugar de lanzarnos a buscar la felicidad entre tantos artefactos u objetos expuestos entre luces de neón u ofertas de colores, deberíamos parar y buscarla en nuestro interior.
Seguro que muchos lectores, sobre todo creyentes, estarán sonriendo por la ingenuidad de lo que estoy sugiriendo. Pero quiero destacar un paso de este proceso que considero de gran trascendencia.
La actitud de agradecimiento es vital para fomentar una vida feliz y llena de sentido. Un agradecimiento consciente en cada momento, para cada persona con la que nos encontramos a lo largo del día, para cada gesto cotidiano. Una actitud de agradecimiento nos va transformando por dentro, porque poco a poco cualquier acontecimiento de la vida seremos capaces de vivirlo como don, incluso los negativos, porque éstos adquirirán un sentido para nosotros.
Y esa actitud de agradecimiento que nos ayuda a vivir la vida como don, (“lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” Mt. 10, 7-15) nos conducirá enexorablemente a la gratuidad, a donarnos, a vivir la vida desde una actitud de servicio y entrega, y no desde actitudes de acumulación, posesión o explotación, siempre insaciables y, por lo tanto, inductoras de insatisfacción e infelicidad.