Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Agradecer

16 de septiembre de 2020

¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Cuántas veces nuestros labios dejan caer estas palabras! Y lo mejor es que, normalmente, proceden del corazón. Siempre es tiempo y momento de ser agradecidos. Cuanto más sencillos y humildes somos, más damos gracias. El ‘pagado de sí mismo’ no suele hacerlo. Todo lo que tiene y es, cree que se lo debe a sí mismo, que él lo ha conseguido, sin la ayuda de nadie. Cuando nos sentimos con derechos, no reconocemos la gratuidad del don recibido.

                Al reflexionar honesta y sinceramente sobre nuestra vida, llegamos fácilmente a la conclusión de que todo lo hemos recibido. Comenzando por la vida misma. La vida no nos la hemos ganado, no la hemos conseguido con nuestras fuerzas o nuestro trabajo, nos la hemos encontrado. O sea, alguien nos la ha regalado. Y, reflexionando descubrimos también que lo que creemos que no lo hemos recibido, sino ganado (trabajo, estudio, alimentación, cultura…), es el fruto de la interacción de muchas personas y de nuestra colaboración. De modo que estamos llamados a ser mutuamente agradecidos. La acción de gracias, en su plenitud, siempre es vivida solidaria y mutuamente.

                El mundo, la naturaleza, los hemos recibido gratis. El sol que nos alumbra. El agua que nos vivifica. La amistad que nos enriquece. La familia en la que comenzamos a experimentar el amor. La capacidad de cuidar todo lo recibido y de mejorar la vida de todos… Cuando no damos gracias por todo esto y más, nos podemos convertir en depredadores de lo recibido. Y las consecuencias son, como experimentamos, más que negativas y destructoras.

                Podemos preguntarnos ya ahora: ¿Cuál es nuestra reacción personal y reflexionada ante esta realidad indiscutible? ¿De verdad dejamos que, de nuestro interior, de nuestro corazón, brote con frecuencia la acción de gracias por tanto bien recibido? ¿Agradecemos la luz del sol, el agua que nos reconforta, la amistad y la ternura que nos regalan…? ¿Nos sentimos enriquecidos por todo lo gratuito que recibimos con la vida y de la vida?

                Descendamos un poco más en la escala de la acción de gracias. De las grandes cuestiones, sugeridas hasta ahora, a la actitud de agradecimiento ‘a pie de calle’.

                Todo nuestro día, cualquier día de nuestra vida, está lleno de momentos para que nuestros labios y nuestro corazón pronuncien la palabra y el sentimiento: ¡Gracias! Desde que nos levantamos hasta que volvemos a la cama. Porque los motivos para agradecer nos aguardan desde el comienzo del día. Solo tenemos que estar atentos para descubrirlos, para caer en la cuenta de que existen. Y tener el espíritu preparado y abierto para acogerlos con gratitud espontánea e interior.

                Gracias por el nuevo día. Gracias por las personas que convivimos; con sus nombres, sus cualidades y sus defectos. Nos enriquecen y nos hacen la vida agradable, o, con sus defectos y lagunas, nos ayudan a madurar en unas relaciones más auténticas y reales, nos fortalecen. Gracias por los pequeños, pero imprescindibles, servicios y detalles que mutuamente nos prestamos. Gracias a quien ha lavado mi ropa o me ha avisado que llevo una mancha. Gracias a mi mujer, a mi marido o a quien haya preparado la rica comida que hemos compartido juntos. Gracias a quien me pregunta amablemente cómo estoy, cómo me va, qué me preocupa. Gracias a quien me sonríe y anima. Gracias a quien me acompaña a solucionar un problema que me preocupa y que no doy con una solución aceptable. Gracias a quien sencillamente me acerca algo que necesito en la mesa, en el trabajo… Gracias a quien me ayuda a comprar algo que necesito y cuya elección no tengo clara. Gracias a quien me ha llamado por teléfono solo para interesarse por mí. Gracias a quien me perdona o disculpa mi error, mi equivocación, mi ofensa. Gracias al despedirme de alguien con quien he departido amigablemente y hemos pasado unos buenos momentos…

                Anímate a alargar la lista desde tu experiencia.

                Gracias, gracias diarias, sencillas, necesarias. Son las que nos van fortaleciendo en una vida abierta, solidaria con los demás; las que nos abren a la gran acción de gracias por la grandeza de la vida; las que nos animan para afrontar las dificultades; las que nos hacen sencillos ante la grandeza de lo recibido y humildes para aceptar nuestra limitación, nuestra vulnerabilidad, nuestra necesidad, y que gracias a otros podemos seguir adelante con esperanza. Porque dar gracias, en definitiva, es reconocer mis limitaciones y reconocer la bondad del que me ayuda a superarlas.

                Y una última palabra para quien piense que, hasta ahora, no lo he nombrado. Pero que está en todas y cada una de las afirmaciones. “Porque el cristiano reconoce que todos los bienes tienen su fuente última en Dios, que nos los hace llegar a través de la naturaleza o a través de los hermanos, o a través de nuestra propia inteligencia, que es, como todo lo que tenemos, regalo de Dios… Si vivimos agradecidos, si nuestra vida es una acción de gracias, entonces será también una vida humilde… Humilde es el que es consciente de su verdad” (Martín Gelabert).

                Por tanto, por todo, toda vida humana debería estar marcada por la gratitud, por la acción de gracias.

“Sed también agradecidos… Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,13.17). Porque “a ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo como si nadie te lo hubiera dado? (1 Cor 4,7).

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