En estos días me ha llegado por tres medios bien diferentes el mismo, o parecido, mensaje:
En las empresas ya no necesitamos personas inteligentes. (1°)
Necesitamos una vida con dignidad, inteligencia y compasión. (2°)
Olvidamos que somos personas, no cocientes intelectuales. (3°)
El mismo mensaje, o parecido. Los tres textos hablan de inteligencia. Y parece que ésta no sale muy bien parada. No está en la cumbre, no es –parece- lo más importante. Especialmente en el primer texto. Es el título de una conferencia sobre banca ética. Provocativo, sin duda, el título. ¿Cómo va a funcionar un banco, una empresa, un proyecto sin personas inteligentes? Sin inteligencia, no, dice el conferenciante, pero inteligencia con ética.
La segunda afirmación la escuché en una conversación entre amigos. Aquí la inteligencia no queda mal. Sólo va acompañada de dignidad y compasión. No es mala compañía.
Una madre de dos hijas gemelas “con un síndrome raro” es la autora de la tercera reflexión. “No encuentro colegio para ellas. No son de colegio especial ni de colegio normal. En el especial les ponen un techo que no tienen y en el normal no se atreven a cogerlas… todos los niños necesitan lo mismo: comer, dormir, sentirse queridos, querer, jugar, tener amigos… Olvidamos que somos personas, no cocientes intelectuales”. Este testimonio coloca por encima de la inteligencia, ‘cociente intelectual’, el que sus hijas son personas.
Arriba, pues, la inteligencia. Pero no sola. La sola inteligencia corre el riesgo de ver y juzgar todo con frialdad, sin compromiso. La sola inteligencia puede hacer que ‘el inteligente’ se crea superior a los demás. La sola inteligencia pretende dominar a los menos inteligentes, los engaña, se sirve de ellos o incluso abusa. La sola inteligencia, con la ayuda de la técnica, puede llegar a crear monstruos. La historia y nuestra experiencia corroboran estos riesgos de la sola inteligencia.
La inteligencia unida a la ética tiene en cuenta el bien común, lo que es bueno para la sociedad, lo que es justo. Todo lo que emprende busca hacer mejor a la sociedad, a los grupos más vulnerables y necesitados. Se pone al servicio de la comunidad, de la sociedad. La inteligencia con ética sabe que no todo lo técnicamente posible puede, por esa sola razón, éticamente llevarse a la práctica. Para nuestro conferenciante la banca, la economía, debe ser ética para que sea sana y solidaria. Y para eso las personas ‘solo’ inteligentes parece que no ayudan mucho.
La compasión es buena consejera para la inteligencia. Esta se deja conmover, padece-con, por las necesidades, carencias, sufrimientos de las personas y se compromete para ir superándolas, sanándolas… La inteligencia compasiva imagina, crea nuevas posibilidades de sanación, descubre las auténticas aspiraciones de las personas y busca darles salidas y soluciones posibles.
La madre, inteligente, del tercer mensaje sabe que sus hijas son, por encima y primero de todo, personas, mejor: hijas. Su corazón inteligente de madre se pone al servicio de sus hijas y nos recuerda a todos que son personas, no cocientes intelectuales. Lo que las constituye en dignidad es ser personas, no más o menos inteligentes. Que, por cierto, lo son y nos aportan las posibilidades de su inteligencia.
La sola inteligencia crea cerebros sobresalientes, no personas con corazón y dignidad. El corazón y la dignidad son robustecidas cuando la inteligencia se pone a su servicio.
La inteligencia con ética, compasión y defensora de la dignidad de la persona humana es imprescindible para desbrozar el camino de la historia humana de todo aquello que no nos deja avanzar a otro mundo posible, nuevo, mejor. A nuestro alrededor, en nuestra relación con los demás, tenemos mucho campo para una inteligencia con corazón.