Opinión

José Luis Lázaro

Conviviendo con el SIDA

8 de noviembre de 2018

La semana pasada, mientras repasaba los titulares de un diario digital español, mis ojos fijaban su atención en una noticia que hablaba de una vacuna para erradicar la peor epidemia de finales del siglo XX y principios del siglo XXI que ha padecido/ está padeciendo la humanidad: el VIH/SIDA.

Probablemente, algunos de los lectores de «Iglesia en Aragón», pensarán que esta enfermedad ya no es un problema con el tratamiento de antirretrovirales que se viene aplicando, desde los últimos años, en buena parte de los países afectados por esta pandemia. Además, ya se puede hablar «con normalidad» de esta enfermedad, sin que provoque –al menos, como cuando se detectó por primera vez- ese rechazo social y marginación para quienes están afectados por este virus. Pero, ¿es así en todos los países y realidades de nuestro mundo?

La lectura de esta noticia, me hizo caer en la cuenta, que el SIDA forma parte de mi realidad cotidiana en las diferentes relaciones pastorales y familiares del entorno de la Misión de Dandanda, donde ejerzo el ministerio sacerdotal como misionero. Y la memoria del corazón, que siempre recuerda lo esencial, me retrotrajo a aquellos años finales del siglo XX, cuando tuve la oportunidad de entrar en contacto con las Hijas de la Caridad en aquel maravilloso proyecto de cuidado, atención y acompañamiento de personas afectadas por el SIDA: «Las Casitas». Allí aprendí a mirar con el corazón y descubrir que todos somos hijos de Dios y, como tales, tenemos derecho a vivir con la misma dignidad.

Tiempo después, ya en Zimbabue, mientras hacía mis pinitos con la lengua ndebele, recuerdo que después de una Eucaristía, el líder de la comunidad me preguntó si podíamos ir a rezar por una chica que estaba enferma, en una casa cerca de la iglesia. Una vez allí, con los familiares y los católicos de la comunidad, comenzamos los cantos y oraciones dentro del ritual de la visita a los enfermos, propio de esta cultura. La chica, situada en el centro, parecía dormida y envuelta en una manta. En el momento en que le impuse las manos sobre su cabeza, despertó y su mirada me atravesó el alma…esos ojos -expresión de dolor y de deseo de descanso eterno- aparecen de vez en cuando en mis sueños; aquel  momento efímero, quedó grabado para siempre en mi corazón. Al instante, la manta que cubría su espalda, dejó al descubierto el rastro de esta terrible enfermedad, que no tiene piedad ni compasión, ni siquiera con ellos que nacieron con el virus inoculado en el interior de sus pequeños cuerpos.

Durante el pasado mes de octubre, varios enfermos de SIDA hacían acto de presencia en mi día a día con un mismo denominador común: hombres jóvenes procedentes de Sudáfrica ?emigrantes de Zimbabue), que volvían a casa con la enfermedad ?»el bicho», le decíamos hace más de veinte años!) ya avanzada y el deseo de «recuperarse» o «morir»? entre seres queridos…Aquí en Zimbabue, todavía no se puede pronunciar esas siglas -SIDA-, se habla de TB ?siglas en inglés para referirse a la tuberculosis) y, por supuesto, nadie reconocerá en público o privado que está afectado o es portador de esta enfermedad. Otro problema añadido, es la falta de suministros para seguir el tratamiento con los antirretrovirales. Dependemos de los envíos de Naciones Unidas y de USA AID.

En estos momentos, cuando toda preocupación gira entorno a «parar la caravana de migrantes procedentes de Centroamérica en dirección a Estados Unidos» o impedir la llegada de más emigrantes a las vallas de Melilla o las costas de la vieja Europa…EE.UU ha decidido «abandonar» su presencia en África y, consecuentemente, su ayuda sanitaria se ha visto reducida sensiblemente en este continente. La «nueva» presencia colonizadora: China, desconoce el significado de la palabra caridad o solidaridad.

¿Cómo podemos hablar de una vacuna, de una curación, cuando nuestros hermanos enfermos de SIDA se están muriendo –en este continente-  de neumonía, de tuberculosis o de insuficiencia respiratoria, porque no pueden seguir un tratamiento que les garantizaría el derecho a la vida? ¿Cómo se puede seguir utilizando el SIDA «como arma política» en el año 2018?

Me gustaría invitaros a vivir esta experiencia: estar, permanecer –solamente durante 10 minutos- con un enfermo de SIDA de Zimbabue ?o de cualquier país de África), tumbado sobre una manta -como único colchón- sin ningún calmante o «tratamiento contra el dolor», respirando con dificultad, sin apenas comida que llevarse a la boca y con todos los olores propios de un enfermo más los añadidos por la pobreza y la falta de agua…

Os tengo que confesar que, cuando termino la celebración del Sacramento de la Unción con algunos de estos hermanos enfermos, les invito a «entregarse en las manos del Padre» para recibir el descanso eterno, pues ya han vivido la experiencia del camino al calvario con creces.

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