Sobre la carta de Don Antonio «Los agraces y la dentera»

Diócesis de Teruel y Albarracín
5 de noviembre de 2018

Ante las noticias que en algunos periódicos digitales han salido señalando a nuestro Obispo D. Antonio, como el primer obispo que piden se quiten las placas franquistas de las iglesias queremos puntualizar:

  1. A finales de septiembre recibe una carta circular fotocopiada, sin fecha, dirigida a todos los obispos, del Sr. D. Carles Mullet García Senador por la Comunitat Valenciana
  2. La carta dice que “algunos párrocos se niegan a quitar los signos franquistas” rechazando dar cumplimiento a la Ley 52/2007, sobre la memoria histórica.
  3. Nuestro obispo respondió el 1 de octubre de 2018 a D. Carles, insistiendo que necesitaba saber qué sacerdotes se habían negado, intuyendo que era “un recorta y pega”, pues nunca había oído hablar de nada parecido
  4. Y alega que no es la Iglesia la que lo tiene que quitar, sino aquellos que las pusieron, por una orden gubernamental en las fachadas de nuestras iglesias.
  5. Finalmente habla de lo nefasta que fue esta guerra civil e nuestra tierra y es tiempo de perdonar.

Reproducimos el artículo que publicó nuestro Obispo en Iglesia en Aragón el 14 de octubre de 2018 titulado: LOS AGRACES Y LA DENTERA, que contiene toda la respuesta al Senador D. Carles y de donde los medios digitales han sacado titulares que pueden llamar a equívoco. Leánlo y saquen sus propias conclusiones.

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He recibido, igual que otros obispos, una carta sin fecha de un honorable senador que según dice está “iniciando una intensa campaña para la eliminación de los símbolos persistentes de la dictadura franquista y dar cumplimiento a la Ley 52/2007”, llamada de la memoria histórica.

Escribía, hace casi cuatro años, –con el mismo título de ahora– que, las ideas políticas, y aún más las religiosas, forman parte del tuétano de nuestros huesos, de nuestra cosmovisión de la existencia, por eso comprendo que cada uno quiera restituir a los suyos y así debe ser. A mi me duele tanto el que fue asesinado clandestinamente en una desconocida cuneta como el que tras un juicio sumarísimo es fusilado tras una sentencia sólo por sus ideales. Igual que la barbarie que sufrimos en nuestra diócesis quemando en hogueras los interiores de las iglesias y matando a las personas que defendían su fe. Pero remover los enfrentamientos desde el lado que sea, en pleno siglo XXI, es un enfoque retrógrado e insensato de la sociedad y de la historia. Y no tiene nada de cristiano.

¿Cómo podremos olvidar tanto rencor, nosotros que no hemos vivido el desastre irracional de aquella guerra civil, que ya no es nuestra? El profeta Jeremías gritaba a su pueblo que los hijos no pueden sufrir la dentera por los agraces o frutos verdes, que comieron sus padres (31,29). Lo normal, en una civilización del diálogo y la concordia, es no arrancar de la memoria ciudadana a los de un lado, sino añadir sólo a aquellos que sufrieron injusticia por seguir sus ideas y convicciones, porque nosotros ya somos otros. Pero nosotros, que debemos de construir la unidad y el sentido de pueblo, obcecadamente nos mantenemos en resucitar a los muertos sedientos de venganza.

Parece ser, dice el senador, que si no se han quitado los símbolos es responsabilidad del párroco o autoridad del templo. Pero no da nombres, ni especifica templos, por lo que entiendo que es una circular, de a todos por igual.

Personalmente, contesto al senador, creo que las comunidades parroquiales, no se opondrán a que retiren las simbologías relacionadas con el bando vencedor de la guerra civil, ya que fueron impuestas por un decreto de la Jefatura del Estado (BOE 17/XI/1938) y contestada en una queja formal desde la Secretaría de Estado del Vaticano (5/VI/1940).
Pienso que, si las inscripciones fueron puestas por el Estado, sea este quien se encargue de quitarlas sin ningún tipo de coste por parte de las comunidades parroquiales y dejando las paredes de donde se sustraigan en un estado aceptable.

Los jóvenes de aquellos finales de los 70, vivimos con una ilusión desbordante la reconciliación que los padres de la Constitución (con sus carencias y aciertos) y todos los partidos políticos, intentaron llevar a cabo. Todos cantábamos con Jarcha, su Libertad sin Ira: “dicen los viejos que en este país hubo una guerra…” y no dimos aquellos pasos, bendecidos por todas las naciones democráticas, para que ahora, como si se tratara del mito de Sísifo, comencemos de nuevo.

¡Ánimo y adelante!

+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín

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